domingo, diciembre 10, 2006

Cliché


Enero en Copenhaguen y su abrazo derritió la noche entre mis dedos, llenando de primaveras el invierno.

sábado, diciembre 09, 2006

El caso de la mascarilla de ahuacate (espero se diviertan como yo escribiéndolo)

¿Yo como tú? ¿Tú como ella? ¿Ella como yo? ¿Yo omnisciente, yo omnisapiente, yo omnipresente? ¿O sólo yo? ¿O solo yo? Sola yo.

Soy yo, sola. Y mi marido se ha ido de viaje. Siempre, sin embargo, estoy sola. Mis palabras siempre me acompañan, mis palabras hacia él que no resuenan, que sólo sirven para mí, para mi sola presencia. No tengo hijos por quienes preocuparme. No tengo amigas. Me tengo a mí encerrada en esta inmensa casa. Ahora estoy más sola que nunca, sola como siempre. Y el ruido de la televisión no logra disipar mis pensamientos, no logra calmar mi tristeza. La tristeza, probablemente, es lo que me mantiene sola. Antes creía que era mi soledad la que me mantenía triste, sin embargo ahora entiendo que siempre he estado sola. Probablemente acaso no recuerde más allá de lo que mi soledad me lo permite. O es la senectud que comienza a nublar mi vista, a llenarme de arrugas lo que me impide recordar. El control en mis manos me hace recordar aquellos momentos en los cuales podía siquiera disfrutar por algunos minutos del silencio de la casa. Pero ahora estoy muy vieja para ello. Tengo miedo a la gente, pues no tengo contacto con nadie. Tantas telenovelas y películas he visto en mi vida en las cuales, a pesar de sufrir, los personajes tienen una vida plena: una vida, cuando menos. Y yo, yo no tengo nada, tengo mi soledad y punto. Tengo un viejo que ya no conozco que se acuesta junto a mí y lee hasta el cansancio, hasta quedar dormido. Parezco no existir para él.

Durante las noches como esta veo a través de la ventana, observo las ramas de los árboles menearse y, a veces, golpear contra el vidrio de mi cuarto. Me parecen siniestras. Después de verlas por un rato comienzo a tener alucinaciones sobre ruidos que provienen del primer piso, como ahora. Y los ruidos comienzan a hacerse más intensos, y comienzo a imaginar a un par de ladrones que están saqueando mi casa.

Apago la televisión y vuelvo a ponerme entonces las dos rebanadas de pepino sobre mis ojos. Sigo esperando a que la mascarilla de aguacate se seque completamente. Trato de dormir, sin embargo los ruidos comienzan a hacerse más intensos. Me quito entonces otra vez los dos pepinos y me levanto cautelosamente. Aprieto mi oído derecho a la puerta de mi cuarto, pues el izquierdo no me funciona muy bien. Me parece oír pasos en la escalera. Es difícil convencerme que es mi imaginación. Me parece haber escuchado hablar a un hombre. Le contestan. El temor invade mi pecho. ¡Ahora sí no soy yo, ahora sí no soy! Las luces de mi cuarto están, por gracia divina, junto a la puerta.

Camino velozmente, a tientas, con las puntas de los pies hacia mi baño, donde tengo un perfecto escondite. Hablan muy fuerte. Seguramente están en el cuarto de visitas o entraron a la biblioteca de mi marido. Abro el closet con ansias. La puerta me golpea fuertemente en la frente. ¿Habrán escuchado el golpe? Parece ser que no; hablan muy fuerte. Se oye el caer de objetos que tiran de mesas o de qué se yo al suelo. Sólo espero, espero sola. Estoy sola como siempre. Mi marido no está. Mi marido no está. ¿Qué puedo hacer? Solamente esperar. Espera, espera y probablemente no busquen en el closet. ¡Va a ser el primer lugar donde van a buscar, soy una estúpida! No puedo salir, ya no puedo salir; tengo mucho miedo. Tengo que llamar a un médico, probablemente estoy descalabrada; tengo toda la cara y el vestido mojado pero no puedo ver nada. La puerta se abre, una tenue luz se cuela por debajo de la puerta de mi escondite.

-¡Pinche gente, qué pendejadas compran!

-Checa bien en el bureau de en medio.

¡Por dios, aquí están! ¡Están adentro! Se acercan, se acercan. Creo que vienen para acá. Que no se les ocurra abrir el closet, que no se les ocurra, por favor.

-Busca en el closet; estas pinches ricas siempre esconden sus collares en el closet.

-Pásame la llave por si lo tengo que forzar.

Una sombra oscurece la luz que se cuela bajo la puerta. Jalan la puerta y esta se abre. Sólo puedo gritar. Esos dos hombres a los cuales no puedo ver bien también gritan. Uno de ellos sale corriendo del cuarto y se escucha bajar a toda prisa las escaleras. Observo la bolsa que traía con todo lo hurtado. Una bolsa blanca, parece ser. Cambio mi mirada hacia el hombre que está frente a mí mientras continúo gritando frenéticamente con mis palmas de las manos hacia arriba. El no habla, ya no grita, no dice nada. Ahora lo puedo precisar borrosamente. Está presionándose con su mano izquierda el pecho y con la diestra se toma el hombro. Parece ser que no puede respirar. Va encorvándose cada vez más hasta caer al suelo. Se retuerce, levanta la mano derecha en señal de ayuda. Tengo que hablar a la policía. A una ambulancia para que me atiendan, para que lo atiendan.

Dos meses después de lo sucedido estoy ahora en un horroroso ministerio público siendo acusada de asesinato.

Idilio de un esquizofrénico ante un cadáver


Edouard Manet, Olympia.

Le pregunté en primer lugar por qué los

embalsamadores blasfemaban incesantemente

y se peleaban por los cadáveres de las mujeres

no pensando más que en su pasión carnal (...)

Ramose me dijo: (…) no causan mal ni

perjuicio alguno al cadáver, puesto que el

cadáver está frío y no siente nada, pero

cada vez se hacen daño a sí mismos

porque vuelven a caer en el fango.

Mika Waltari

La tarde continuó lluviosa. Las gotas diagonales golpeaban suavemente la ventana, besándola arrítmicamente. Mientras los árboles del camellón de la Rue Deschamps reclamaban los golpes con un interminable murmullo, él pasaba su pluma cautelosamente por el papel, intentando no perder la consecución de ideas que formarían una historia lógica para su personaje.

Llevaba días de desvelo en busca de una personalidad y de un contexto ante el cual enfrentarla. Sus esfuerzos parecían en vano mientras hojas arrugadas llenaban todos los basureros de su pequeña casa victoriana.

A pesar de los tantos principios, las luchas que ferozmente emprendía contra las primeras hojas eran inútiles; siempre era derrotado.

Necesitaba salir, sentirse real, dejar de ser un personaje de su propia ficción; necesitaba un nombre, un apellido, un “Comment ça va, messieur Julio?” Sin embargo los designios del hado parecían confabular en su contra. ¿A quién culpar? ¿A Démeter, a Tláloc? Es, seguramente, su mala suerte –o al menos es lo que el escritor cree— ¿No será a caso sólo cuestión de los azares del clima?

Su sexo: húmedo y blando. Mis dientes fantasean con morder sus labios, tomar sus ingles por debajo con mis pulgares, apretarlos por arriba con mis índices; hacer un pequeño movimiento circular con mi lengua alrededor de la perla íntima de su deseo: de su clítoris. Y el timbre de su voz obstaculizada por su pecho que se subyuga al placer del mágico e irresistible cosquilleo.

-María—me atrevería a preguntarle-- ¿Cuál es tu nombre?

- María es mi nombre.

- ¿Desde hace cuánto te conozco?—contestaría alejando mi boca de su sexo.

-Tú no me conoces.

Ella no cambia y nunca lo hará; ni siquiera en mi imaginación. Sé que haría una pausa para preparar mi estrategia.

-¿Hace cuánto, pues, te visito?—insistiría.

-Hace ya algunos años.

-¿Y hace cuánto que te dije lo que siento por ti?— nuevamente intentaría de obtener mi propósito.

- Ese no es mi problema—apática contestaría, sin cerrar las piernas.

-¡Pero claro que es tu problema!—furioso la trataría de convencer.

-Yo—comenzaría a responder con un lenguaje sutilmente irritante—lo considero gajes del oficio.

- Pero… ¡Carajo! Sólo quiero saber tu verdadero nombre—exclamaría imperativamente—Si no me lo dices—le advertiría—hoy no te pago.

-Entonces tienes un problema.

El caso es que, ni en mis fantasías eróticas con María –mi querida prostituta— logro poder eyacular. El conflicto que me contagian mis personajes – o, mejor dicho, mis intentos de personajes—a llegado a tal punto que invaden mi vida real; ya no es la ficción esa libertad que me permitía, por momentos, llegar a sentirme feliz. Es ahora un frasco de clonazepam el que me permite mantener la felicidad al alcance de mi bolsillo.

La llamada del fango

Puente del rey Carlos, Praga.

Pero cuando más cerca está el hombre

de la muerte, más fuerte surge en él

la llamada del fango, si su voluntad vive en él.

Mika Waltari

Fumo cuarenta cigarros al día; cuarenta cigarros al día han ido cubriendo mis pulmones de un velo pegajoso que limita sus funciones, que impide el libre paso del oxígeno a las arterias, que llena de dióxido de carbono mi sangre. Cuarenta cigarros al día sigo fumando, y seguiré fumando, pues, aunque ayer en la tarde me han entregado un papel con un nombre del cual no me quiero acordar pero que significa que tengo un cáncer maligno muy desarrollado en mi pulmón izquierdo, no me puedo arrepentir de los cuarenta cigarros al día. El hecho es que una puta cadena de ADN que sólo se puede observar a través de los microscopios más complejos se ha roto, ocasionando que las células de mis tejidos comiencen a reproducirse estúpidamente.

--Estás desahuciado—me dijeron.

--Voy a morir—pensé.

El caso es que, desde niño, siempre supe que iba a morir. Nunca pensé que fuera tan pronto. Y es que vivimos de la esperanza ante el tedio, la soledad, la infelicidad. Debo confesar que no he encontrado los motivos por los cuales la esperanza me mantenía vivo, y no pienso que, con el reloj más en mi contra que nunca, pueda llegar a encontrar ese estúpido “rayito de esperanza”.

Si antes era un iconoclasta, ahora tengo la gran necesidad de subirme a un púlpito de catedral y reclamarles a los fieles su angustia --por envidia, quizá—mostrándoles lo insignificante de sus miserables vidas. Orinar en las iglesias, exacerbar mi iconoclastia. Deseo correr desnudo por las calles gritando que la existencia es irrelevante, que la muerte se lo lleva todo… todo. Gritar que las esperanzas no valen de un carajo, que sólo traen desilusiones.

Me invade entonces una sensación física de asco; deseo vomitar, vomitar todo lo que tengo dentro… eyacular. Tomo un taxi en cualquier esquina, pues ahora los nombres carecen de sentido. Sullivan es el único nombre que quiero pronunciar. Ante los picarescos comentarios e intentos de conversación del taxista me mantengo inmutable, impasible, pensando en la soledad de un encierro que nunca conoceré; en cuatro paredes de madera forradas por dentro de tela; en esa caja mortuoria que no protegerá a mis tejidos de ser devorados por gusanos, que no protegerá mi cuerpo de la humedad que lo descompondrá. Dos años; dos años y todo ésto seguirá en movimiento. Las mismas rutinas se fundirán con otras, el caos seguirá pululando las ciudades. ¿Y yo? Yo no estaré en ningún lado. En estos momentos me invade el deseo de morir con el mundo, de compartir mi muerte.

Los faros de los automóviles comienzan a encenderse. Un abrumador desfile de luces me hace hundirme cada vez más en el duro e incómodo asiento trasero del sedán. Lo he planeado todo; en menos de un día lo he planeado todo.

Justo en el momento en que el tedio se convierte en sueño y el sueño inunda mi cuerpo con el deseo de morir ahí mismo, --de obligar al taxista a buscar un lugar solitario en donde tirar mi cuerpo inerte que, según mi imaginación, será devorado por una jauría de perros callejeros-- el hombre tras el volante, con una voz ruda, harto probablemente de mi nulo deseo a entablar conversación alguna, me dice: “ya llegamos”.

Busco en mi jean Armani, que no me sirve para nada, un frasco y una caja antes de tomar mi billetera. Dos tafiles, tres gotas de rivotril y una pastilla de viagra. Cuarenta y dos cincuenta le entrego al chofer y bajo sin miedo a la ciudad, a escrutar paso a paso las formas de cada sexoservidora.

Encuentro por fin a quien estaba buscando, encuentro por fin a una mujer que me provoque más asco que yo, que me haga olvidar el sentimiento de lástima que mis conocidos profesan hacia mí. La tomo de su suave brazo cubierto de deforme grasa y le digo: lo que quieras; quiero decir, cuánto quieras. Ella sonríe dejando entrever la podredumbre que se encuentra en medio de sus dientes. Me embriaga el olor a alcohol que ella transmite a través de su vaho cuando me responde: subamos a este hotel y ahí nos ponemos de acuerdo.

No recuerdo haber fornicado de manera tan frenética y violenta; era como si deseara vengarme del mundo a través del fuerte golpe de mi falo que se incrustaba entre sus piernas, que penetraba entre las negras arrugas de sus dos desproporcionadamente grandes labios menores. Lo más motivante fue el hedor que desprendía su vagina, pues me hacía sentir por primera vez en la vida un ser hediondo, un individuo común y muy corriente.

Para ella el tiempo era importante; necesitaba con urgencia que el preservativo se inundara de mi semen para así poder buscar otro cliente. Yo, por el contrario, quería revolcarme con ímpetu por el mayor tiempo que me fuera posible; deseaba vengarme también y olvidar los dulces comentarios sobre mi persona que se efectuarían durante el irrelevante velorio.

Fue entonces, cuando vomité sobre la mierda, que descubrí una imagen epifánica: un retrato de un puente colgado sobre la cabecera de la cama. Decidí entonces que un invento de los hombres, un pretexto a la muerte, no impediría mi propia libertad de decisión. Vi mis propiedades que no valían para nada, las sumas de dinero que había ahorrado en el banco y descubrí mi silueta en el puente del Rey Carlos que colgaba en la pared, descubrí mi silueta sostenida por un lazo que amarraba mi cuello y, por primera vez después de que me dieron la terrible noticia, me sentí contento.

El Zahir

El espejo falso, René Magritte.

No sé si haya sido una creación mía; no sé si fue tuya; no sé siquiera si alguien lo haya creado o si apareció simplemente; quizá haya existido siempre y yo, sin buscarlo, lo encontré. Lo tenía entre mis manos, jugueteando entre mis dedos, apareciendo y desapareciendo; permanecía, sin embargo, siempre ahí, ahí en mis palmas; y yo, maravillado, lo asía sin poder soltarlo, mirándolo como si me tuviera hipnotizado.

Me embriagó entonces una sensación deleitante, unas deliciosas ansias de mostrártelo. Así comencé a correr alegre, como niño extasiado por la fantasía. Buscando estuve maniáticamente por ti para que lo vieras, para que compartieras conmigo ese elixir, ese deseo inalcanzable, esa ambrosía visual.

Saltaba los arbustos, atravesaba los parques a gran velocidad, iba de edificio a otro tratando de reconocer tu silueta. Y el viento parecía soplar más lento y los árboles carecían de movimiento.

No podía soportarlo; no podía soportar que me faltara tu presencia.

Me encontré de frente contigo, y mis ojos inquietos se sumergieron profundo en tu mirada tibia. Estaba tan emocionado que no sabía que decirte. Sonreíste burlona, tímidamente; por la expresión en mi rostro, tal vez.

-Ven—te dije—quiero enseñarte algo.

Frunciste el seño extrañada. No te tomé de la mano; temí perder lo que llevaba entre ellas. Tú parecías no poder precisar lo que contenía.

-¿Qué es?—fingiendo interés preguntaste.

-Un zahir.

-¿Qué zahir?

-Mi zahir—contesté poniendo énfasis en el mi, luego hice una pausa y continué: Todo; soy yo y eres tú y son mil caras.

-Pero ¿qué es?—desesperada preguntaste.

-Es la seducción más grande de este mundo. Es poesía sin palabras, encerradas en un cristal, encerradas en una magnífica burbuja de colores que distorsiona labios y sonrisas y miradas, y paisajes que los adornan; y cada distorsión hace más bello lo que está dentro. Es lo más hermoso que puedas ver.

-Enséñamelo—incrédula me pediste.

Abrí lentamente mis pulgares para que lo observaras, girando mis manos con cautela. Tardaste unos segundos tratando de enfocar mis palmas.

-No es nada—apática contestaste.

-Obsérvalo bien—insistí.

Tu mirada volvió hacia mis manos. Tus ojos verdes comenzaron a iluminarse y tus pupilas comenzaron a hacerse más y más grandes al mismo tiempo que tus párpados.

-Es hermoso—comentaste a soto voce, agradecida—tan hermoso que no puedo creerlo… y ¿para qué sirve?

-Para nada—mentí – pero sé que no puede haber nada más hermoso.

Nos sentamos, juntos. El viento volvía a soplar, los árboles movían sus cabezas de un lado a otro para ver de diferente ángulo lo que tenía entre mis manos. Todo lo demás estaba inmóvil. Un pétalo blanco suspendido frente a nosotros pedía inútilmente ser visto, pero sólo podíamos contemplar aquellos colores, aquellas miradas, aquellas sonrisas, labios, cuellos, sexos que se dibujaban y se transfiguraban y se desdibujaban dentro de la esfera caleidoscópica, dentro de ese pequeño círculo que parecía flotar entre mis palmas, escurriéndose por las comisuras de mis dedos, girando alrededor de ellos: creando una cálida excitación. No hablábamos. Nos acompañaba el silencioso pasto, lleno de clorofila como tus ojos.

El deber rompió el silencio; debías irte. No lo hiciste sin antes intentar quedártelo: quedarte mi zahir. Debí, probablemente, obsequiártelo.

Nunca pensé lo que dirían tus palabras que navegaron viles a mi puerto. Nunca pensé que después de compartir conmigo ese microcosmos onírico escribirías algo tan formal como aquello, aquello que decía que todo había sido producto de la imaginación.

Dejé caer el zahir. Lo volví a tomar. No sabía si enseñártelo nuevamente. Abrí la ventana y lo dejé en libertad; finalmente no era nada… no servía para nada. Mis ojos se inundaron de una terrible pérdida.

Cuando volví en mí, seguía sin tener nada.

AGAPI MU

Leda y el cisne, Tintoretto.

La frescura lunar se cuela entre las cortinas. Las ansias subyugan mi cuerpo ante su deseo y mis manos se diluyen en tus mejillas mientras el espacio entre tu cara y la mía va estrechándose. Las puntas de mis dedos, líquidas se deslizan; mis índices se detienen justo debajo de las comisuras de tus labios. Los meñiques, con pequeños y lentos círculos, te acarician la parte posterior de tus lóbulos. El movimiento de mis labios a los tuyos se detiene por un instante para permitir que mi tacto bañe tu cuello, recorra tus hombros, tus brazos y se conviertan en un cosquilleo en tus muñecas. Y siguen recorriendo por tus palmas hasta que nuestros dedos se entrelazan. Mi boca, entonces, roza con sutileza a la tuya. Mi labio superior queda entre tus labios y tu labio inferior entre los míos. Un instante de éxtasis pleno obliga a nuestras mandíbulas a dejarse guiar por los impulsos, a entreabrir los dientes y permitir que las lenguas hablen por nosotros, jueguen a vencer el miedo que les provoca un lugar ajeno, vayan adquiriendo confianza mientras pícaras tocan sus puntas.

Eres tú quien ahora vence el temor, eres tú quien se atreve llegar más adentro de mí, a intentar inútilmente de envolver mi lengua en la tuya. Entonces mis manos adquieren valor y toman la piel de tus caderas, y la van frotando hasta posarse en tu espalda baja, hasta encontrarse, hasta reposar sobre tus glúteos.

Aprieto tu cuerpo contra el mío, con fuerza, tratando de fundir los dos en uno sólo. Te deslizas hacia abajo y te separas; el colchón de la cama llama concupiscente a tu espalda. Me esperas. Te recuestas y me esperas mientras yo me deshago de mi camisa. Y la espera es infinita, y las ganas exacerban tu mirada y mis manos se apresuran y mis ansias me apuñalan. Y me recargo con ambas manos en el borde de la cama. Mis besos recorren tu cuerpo húmedo y desnudo, y ahora es mi lengua la que desea envolver a la tuya.

Me observo. Con los ojos abiertos nos reflejamos en las lágrimas que van brotando de nuestras miradas. Y yo me ahogo feliz en tu cielo, en tu mar, en el calor de tu mirada que derrite mi carne entre tu piel y me sumerge en un suspiro dentro de tus poros. Y me bebo la ambrosía de tu alma mientras tú bebes el elixir de la mía. Y yo, cazador nocturno, soy la espuma del mar en donde ha nacido Afrodita.

miércoles, noviembre 15, 2006

Un sillón

Recostarme en un sillón
cómodo,
recargarme entre sus senos;
su calor mojando mi espalda;
fundirme en él mientras el tiempo pasa
palabra por palabra,
impregnándose el papel en mi tinta
en cada idea,
en cada palabra.
La silueta alegre de unos labios femeninos
y el vapor del café sobre una mesa
--imágen tras palabra--
junto a la ventana que esconde el follaje de montaña
y un río
y un libro entre las manos
y tus labios y los míos
sin pronunciar una palabra.

martes, junio 06, 2006

Ficticia Apología del Artista

La obligatoria necesidad del del deber, de la responsabilidad, suyuga mi imaginación a la realidad. Pero no quiero, por ello, descubrirme a través de los ojos del prójimo pues(,) la verdad(,) duele; prefiero ser el Fiorentino Marcelo Antonioni, el Holandés Karl Vav Vandergraft, el porteño Martín Cambiaso: yo.

Soy un espía; eso dirá usted que, a pesar de verme como un atípico espía, me considerá como tal. Pero soy realmente un intelectual, un intelectual infiltrado en el gobierno y no un espía del gobierno infiltrado en la intelectualidad. Si desea llamarme por un nombre, llámeme Homero pues, realmente, soy Homero; un literato, un guerrero que busca recuperar lo que le pertenece: el sagrado grial. Empuño en mi mano el arte, impulsado por la sublime, la sabia intuición humana. Lucho por la libertad de juicio, por recuperar la belleza que nos robó la hipocresía en la que mutó aquel cinismo, aquel cinismo que nos gobernaba y que habíamos vencido.
El cinismo era un honorable yugo, pues se aceptaba así mismo ya que no le importaba el verse a través de los ojos ajenos y, por tanto, se permitía la expresión subyugando al arte, obligándolo a expresarse por él.
Para mí, la belleza es la verdad suprema, y hay belleza en el cinismo pues es honesto, es verdadero. La hipocresía oculta la verdad, es deshonesta y, por ello, no se permite la expresión verdadera, oculta la belleza; es una mentira sin imaginación que reprime al arte. Mi deber es recuperar la verdad, volver a ostentar el juicio a lo bello, infiltrándome en sus murallas a través de una mentira, del producto de un trabajo: un equino que cubre mi realidad ante los ojos del prójimo. Debo pues disfrazar la verdad de mentira para mentirle al mentiroso y así, dentro de su infrestructura, descubrirme con la verdad aunque, con el trinufo, el cinismo religioso nos subyugue otra vez; pues ya he demostrado que es preferible.

Yo soy Homero, un artista; yo no soy un espía.

viernes, mayo 05, 2006

La vida me ha enseñado que en no se deben esperar las cosas pues, si el presente es un instante apenas existente, el futuro es un deseo desconfiable que quizá nunca llegue. Hoy me castiga el miedo que me pueda faltar vida para mirar tu cara una vez más, escuchar de tus labios el sí que me hará feliz y me permitirá darte todo el tiempo que necesites; para, sin máscaras en nuestras caras, poder verterme entero en tí y contagiarte de la felicidad que me provoca tu mirada... he comprendido que muero por hacerte feliz.
Espero con ansias (el tiempo que sea necesario) el sí que libere tu alma y cuerpo de la cárcel de mi imaginación, para así descubrir todas las palabras, los detalles y las caricias que te den la felicidad; sin promesas de mañana... siempre hoy.
...y cambiar mis lágrimas de frustración por lágrimas de felicidad al creer que no podría sentirme mejor; y seguir sintiendo una extaciante sinfonía de placer increcendo en mi pecho, y compartir esa música contigo; con un susurro que te queme el pecho y purifique tus ansias... y las libere.
Hoy tengo miedo que mañana el tiempo me falte para hacerte feliz.

jueves, abril 27, 2006

Seguramente, después de haber descifrado la piedra roseta, Champollion exacerbó de orgullo y comenzó a leer varios jeroglíficos, sintiéndose poseedor de un conocimiento que nadie más en el mundo poseía. Pronto, cuando comenzó a nutrirse del conocimiento de aquella cultura, observó un pájaro grabado sobre una tumba y quiso recordar lo que imaginaba era su significado antes de haber descifrado aquella escritura; recordó tantos significados o, mejor dicho, remembró tantas imágenes de cómo a partir de unos dibujos él pensaba que podría haber sido aquella civilización, que la realidad le resultó un tanto precaria; sintió que su imaginación había sido aprisionada por la escritura y cayó en una profunda depresión.
Hay veces que me siento como Champollion descifrando la piedra roseta y comprendo la paradoja de las abstracciones a las que llamamos lenguaje, pues mientras más palabras absorbo, más descompongo los conceptos y las ideas, me lleno de pleonasmos y la imaginación visual se convierte en palabras; “...palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros... ” diría Borges. Los niños piensan con imágenes, pues les faltan las palabras. Las palabras liberan a través de conceptos, sin embargo también son una cárcel a las múltiples posibilidades de interpretación de una imagen; las palabras son insuficientes... y son de otros; estoy preso en las palabras de otros.
Me sentí preso mientras la veía bañada en sudor con sus brazos estirados en cruz; el amor es intermitente, pero ahí está siempre. Ella, de vez en cuando, volteaba su mirada hacia la mía y la comisura de sus labios se extendía por una conjugación de nerviosismo y de esa satisfacción de sentirse deseada por alguien; yo, como Yeicko, sólo me podía sentir contento de saberla nerviosa ante el acoso de mi mirada. Mis pensamientos intentaban descifrar los suyos. Sentí que era un preso al comprender que sabía todo de ella, al saberme enamorado de su carácter de “ratoncito” que es tan criticable (la gente se enamora de los defectos, he oído decir); preso al comprender que sabía todo de ella menos lo importante, que no entendía su cuerpo, que no lo conocía; que no había descubierto los lugares que encenderían su pasión y podía, sin dudarlo un segundo, regalar cinco años de mi vida por poder averiguarlo. Su historia era, en ese momento, como los jeroglíficos egipcios y su cuerpo era el metalenguaje de la imaginación que es un deseo del futuro, unas ansias presentes y un pasado cierto pero inexistente... un infinito por descubrir.
Mientras la paradoja del lenguaje, la analogía de ella y mis deseos de descifrar todo esto y así, análogamente sus pensamientos, invadían mi mar sináptica, una melodía invadió mi cabeza trayendo consigo las palabras de otros (Marco Antonio Pérez y Cornelio Reyna Jr.) que interpreta el grupo norteño Intocable; supe que, indudablemente, habían sido evocadas por aquella sonrisa y venían a liberarme de una probable frustración de hora y media que duraría aquella clase. "Estás que te pelas" es el nombre de la canción.
Sus inseguridades son evidentes, pero aún más evidente es cómo las hago derrumbarse con una mirada, cuando las coyunturas de sus labios se extienden. Yo también soy un hombre inseguro, sin embargo aquella canción me provocó tomar valor para recordarle de la cita que teníamos para el día siguiente.
--Tenía muchas ganas de ir—me contestó – pero pues ya escuchaste que mañana tengo que estar en Ajusco a las tres y media.
--Pues ni modo—le dije – el destino no lo quiere – concluí decepcionado y lo repetí alrededor de cinco veces cada vez más decepcionado, cada vez más molesto con el destino; ella me miró con extrañeza sin entender el porqué de mis palabras..
Finalmente termino de escribir sintiéndome un reo de una cárcel de tres paredes; el lenguaje, su historia y mis anisas cobijados por la loza del destino y yo, a través de las rejas de la cobardía que me dejó el pasado, veo su cuerpo y las llaves de mi celda en sus manos... y no sé qué decirle, sólo puedo imaginarla dándome la libertad que tanto anhelo.

sábado, abril 22, 2006

Las ramas del orejón, con sus relativamente pocas hojas, cubría de los rayos del sol al ruedo y a la casi centena de espectadores que presenciaban parados sobre la tierra vega lo que sucedía dentro del ruedo. La temperatura ascendía hasta los casi cincuenta grados centígrados a la sombra y la humedad era demasiada, un poco más que lo habitual en esa zona debido a la cercanía del río Tampaón; demasiado para permitir que las camisas de todos y cada uno de los presentes no se empapasen de sudor. Yo estaba parado sobre las puntas de mis pies buscando, entre dos cabezas, con la mirada a uno y otro gallo mientras la mona los aporreaba antes de la pelea.
--Cincuenta al del lado derecho, güey—le dije a Manuelito.
El Skreetch giró su cabeza a la derecha para ser aconsejado por Towy, que tiene fama de tener “buen ojo pa los gallos”. Con los brazos cruzados, Towy asintió con la cabeza y dijo unas palabras a soto voce que no pude escuchar claramente e, inmediatamente después, Manuel volvió a voltear hacia su izquierda y me miró por un par de segundos tratando de escudriñarme, resolviendo si creer en mi intuición o en la de Towy; luego sonrió.
--Yo pongo veinticinco y Towy los otros veinticinco—respondió --¿Te parece bien?.
--Se ve más corrioso el tuyo, pero verás cómo el “Tyson” es como vampiro el cabrón—hice un silencio como queriendo crear un suspenso en Manuel—se va a ir directo a la yugular el hijo de la chingada—terminé de decir haciendo énfasis con pausas en el ritmo y exagerando el acento norteño.
Una voz metálica chillona, de fumador, resonó en mis tímpanos, era el juez que estaba justo en el centro del ruedo pintando imaginariamente una línea con la mano; “puestos quince”, dijo.
Los amarradores llevaron sus gallos de su regazo al suelo y, al soltarlos, los animales inclinaron su cuerpo hacia delante, erizaron las plumas del cuello y se dirigieron velozmente a atacar a su contrario. Saltó primero el gallo giro que pertenecía a la esquina roja, milésimas de segundo después saltó el verde, su rival. Bailaron por un lapso de aproximadamente dos segundos, agitando sus alas en el aire y entrelazando sus patas; el “Tyson”, el del color rojo, clavó en ese salto por primera vez su navaja, en el ala izquierda de su rival. Cayeron ambos de pie y apenas sintieron la tierra entre sus patas y volvieron a saltar y a suspenderse en el aire, ahora por menos tiempo. Otra vez “mi” gallo hirió a su contrario pero ahora en el pecho y, debido al impulso que llevaba hacia delante, lo tiró dejándolo con la espalda en el suelo. Lo pisó varias veces pero no volvió a clavar su navaja; pasaron un par de minutos y sólo se observaban el uno al otro; uno parado a dos centímetros de la cabeza del otro.
--¡Ya mátalo, Tyson!—grité desesperado—¡Ahí lo tienes! ¡A la yugular, a la yugular pendejo!.
La gente me observó; algunos en gesto de reprobación, otros con una sonrisa de complicidad en la cara y también hubo quien soltó una carcajada.
--Lo bueno es que es de él el rancho—dijo Paco a Manuelito en tono irónico, burlesco – porque si no ya estarían madreándolo.
Pareció como si el ave de corral hubiera comprendido mis palabras pues se lanzó sobre el cuello del otro gallo. La pata izquierda cayó justo donde debería para matarlo, sin embargo la otra (en la que tenía amarrada la navaja) falló por muy poco, por milímetros consideré yo. Lanzó en el suelo el gallo verde una patada con la pierna izquierda y luego una con la derecha que se clavó a mitad del pecho, dio un veloz y extraño giro a su lado izquierdo y se cambiaron las posiciones; ahora estaba el animal que me podía hacer ganar cincuenta pesos debajo del otro, ahora estaba, sin embargo, con una navaja atorada en el pecho.
-- ¡Ya ves, pendejo; por no matarlo cuando lo tenías “de pechito”!... te tumbaron con un “upper cut” bonito—grité frenéticamente mientras los galleros inmovilizaban a sus pupilos y uno de ellos tomaba la pata derecha del animal, sacando con precisión quirúrgica la navaja de entre la carne del pecho de su inversión para no cortarlo más.
--Puestos quince—volvió a anunciar el juez con su penetrante voz.
Volvieron a saltar y a danzar en el aire, y “mi” gallo volvió a penetrar con el filo de su navaja el cuerpo de su contrincante.
De la única herida que había recibido comenzó a brotar mucha sangre, goteaba a intervalos de poco menos de un segundo y se estrellaba en el suelo comenzando a crear un pequeño charco. Se vieron fijamente, frente a frente, pero no se atacaron. Finalmente “Tyson” se sentó moribundo.
El juez pintó con su dedo índice de la mano derecha una línea entre los dos gallos mientras sentaban al moribundo y levantaban su pico haciendo erguir su cabeza con la esperanza de conseguir que el tiempo se terminara y siguiera con vida; faltaba todavía mucho tiempo.
El amarrador no quiso sólo parar a su gallo, esperando que el de su rival tocara suelo con el pico, y lo “mandó”. Lo último que “Tyson” vio fue el brillo del reflejo de un rayo de sol que se colaba entre el árbol que cobijaría su muerte en la navaja de la pata de otro gallo y, con la cabeza en alto, su sistema nervioso paró sus funciones en un instante.
--Todavía me quedan cincuenta—pasándole un billete le dije a Skreetch—y en los gallos es en lo único que tengo suerte. Vas a ver que voy a salir ganando.

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--¿Cuánto tienes?—le pregunté a Paquito.
--Pues yo pongo veinticinco—contestó.
-- Ya con eso juntamos doscientos. Vas a ver que ese gallo va a ganar; se ve bien corriosillo—le dije mientras miraba de soslayo al larguirucho de sombrero y barba de candado con el que apostaríamos la siguiente pelea.

martes, abril 11, 2006

Hoy, antes de ver a Toño, releí una imagen que escribió mi amiga Pía y decidí escribirle un comentario, lo primero que se me viniera a la mente:
“A mí, ésta imagen me remonta a una imagen que imaginé en el pasado, una imagen que imaginé en el reflejo de sus ojos; era la estela de su pasado que dejaba la huella de la carabela de su presente. Yo, creyendo ser corsario, me veía navegando mi barco tras de ella. Un verdadero pirata se cruzó en la huella de su estela, saqueó mi barco y me dejó náufrago.
Hay días en que puedo ver frente a mí la estela que quedó en el recuerdo de sus ojos y yo, exhausto de tantas noches sin dormir, flotando entre tiburones; me duermo, soñando con la esperanza que la carabela pase alguna vez frente a mí y me lance una cuerda... y pueda subir a bordo... y recomenzar a construir.
Tan sólo con recordar tiembla todo mi cuerpo. Me hizo recordar, sólo me hizo recordar...
Un abrazo.”
Después leí por primera vez su segunda imagen, que apenas había publicado mientras yo escribía el comentario en su página de internet; en ésta se retrataba a ella misma viendo a través de una pequeña ventana a un amante del pasado; decidí volver a hacer un comentario basándome en lo primero que sintiera y pensara sobre ella:
“La soledad es la única realidad que existe (la contemplación a través de la ventana); fuera de ella sólo hay ficción. Creo que uno se maravilla ante las cosas cuando las contempla en soledad, y la ficción está para desasosegarse de uno mismo, para creer que hay algo más allá del mortal y desesperante yo; para creer y para crear... para aprender a amarse o para olvidar que se desprecia a uno mismo.
Aunque a veces también las soledades se comparten.
Eres GRANDE.
Un abrazo.”
Después de hablar con Antonio sobre esto me dí cuenta que estaba viendo a dos carabelas navegando cerca de mí, y que les pedía a gritos a través de la mar de esta ficción un salvavidas, esperando que mis palabras hicieran eco en la realidad. Ultimadamente, sin embargo, ya no distingo claramente entre la realidad y la ficción; cada vez me envuelvo más dentro de este juego enfermizo. ¿Pero qué es la vida?; Calderón de la Barca decía, en La Vida es Sueño, que la vida es una ficción; sobreentendiendo que las relaciones humanas están basadas en estímulos ficticios. Toda comunicación se realiza a través de invenciones, de estímulos creados... reaccionamos con verdad ante estímulos ficticios; así vivimos. Somos un animal “fake”, Platón. Y la realidad es sólo una interpretación a través de una ventana solitaria.
¿Entenderán mi desesperado grito a través de la WEB o sólo a Jacques Costeau le gustaba hacerle el amor a los naufragios?. Tengo miedo de pedir ayuda.

lunes, abril 10, 2006

El ruido del motor de las camionetas que pasaban por el camino de grava a través del portón me sustrajo de mi letargo; eran las diez de la mañana, me decía mi madre a gritos. Mis amigos iban llegando a la cita del medio día y yo, todavía con la baba seca en mi cachete derecho, salí al pasillo a saludarlos de lejos y en calzones.
--Me voy a bañar—les dije, sabiendo que, mientras tanto, Flavia les prepararía unas quesadillas o unos tacos de bistec.
Tomé un pantalón de mezclilla, unos calzones de licra y una playerita azul y me metí a la regadera. Esperé a que el agua saliera caliente, aplicando la misma rutina de las cubetas de agua, y me bañé apresuradamente, sin repetir el que se convertiría en un habitual juego del abecedario. Al salir me calcé unos calcetines y los tenis rojos de siempre que me había comprado en Buenos Aires y salí a la cocina.
Mis amigos me estaban esperando en la mesa mientras desayunaban unos bisteces; Towy (el gordito de rasgos toscos y pendientes en ambas orejas; “Towy boy”) , Caballo (el que se escondía detrás del humo del cigarro) , Manuelito (Skreetch), Paquito (al que le dijeron que se parece a Ben Affleck pero que ni él se la cree) y Choche. Mi hermano también estaba ahí, pero él no iría a las peleas de gallos que se efectuarían en el corral que está al final del rancho, junto al río, pues la borrachera del día anterior, aunada a los dos días sin dormir en su viaje a León y la gripa que adquirió al pasar por el desierto de Matehuala, lo obligarían a quedarse en cama.
Me volví a subir a la lobo blanca doble cabina, Intocable volvió a sonar, haciéndome olvidar aquella noche de pasión cobijada bajo el Réquiem de Mozart, y partimos hacia el corral.
Vi por entre los dos asientos delanteros y a través del parabrisas las camionetas estacionadas y un ruedo hecho de estacas y sacos vacíos. Con ansiedad revisé mi cartera; en el monedero no había nada... ¡cien pesos en billetes de cincuenta! ¿Sería que la suerte me sonreiría nuevamente?

domingo, abril 09, 2006

Otra vez estaba con Toño, decidiendo como siempre; comenzando a decidir mi futuro mientras aullaba a la luna llena.
--Pero hoy la luna está en cuarto menguante, ¿no?—pregunta Antonio.
--Eso sí no sé—irónico contesto.
--Oyes, pero si eso es de primero de primaria—sorprendido de mi ignorancia en el asunto, contesta Toño.
--Yo comencé a poner atención en la Prepa, casi en la Universidad; ¡a duras penas sé quién descubrió América!.—aún más irónico, comento.
--Pues Hernán Cortés—bromea.
--Y Zeus la sorprendió—contesto, riendo para mis adentros – aunque el “descubrimiento de América” es un concepto imperialista si lo analizas bien, pues el continente americano ya estaba habitado, además ya habían llegado los chinos y los vikingos antes; es un concepto imperialista porque no fue descubrir el continente como tal, sino descubrir un nuevo mundo por ser conquistado. –comencé a explicar, cambiando de tema, y seguí explicando hasta que el velador de sesenta años me pudo comprender perfectamente.
--Y dices que tú que aprendes cosas de mí.
¡Qué irónico!; tenía razón, pues probablemente no era él quien me enseñaba cosas, sino la interpretación que yo hacía de lo que me decía; o ¿ambas son lo mismo; mi interpretación y su enseñanza?; finalmente toda enseñanza se interpreta.
Intocable sonaba fuerte en el estéreo de la camioneta pointer azul y transportó a Toño a través del recuerdo, dentro de una cantina donde Mayté, su amante, intentaba darle chupetones en el cuello y llenarle de labial el cuello de la camisa; él no se dejaba.
--Pinches viejas, están cabronas—le dije – nosotros podemos hasta matar; ellas (las amantes), por los celos que le tienen a la esposa y por ojetes, hacen cosas peores; te matan en vida; acaban con tu estabilidad y te dejan sin esposa, sin hijos, sin amante... bebiendo en una cantina. Es como las realidades; tenemos muchas realidades, muchos círculos sociales con caras diferentes: la amante y la esposa son dos realidades, puede saber ésta realidad (la de la amante) que ésta existe (la de la esposa) y al contrario, pero nunca se pueden enfrentar porque se pueden destruir las dos... es como los círculos de amistades que a veces se terminan cuando se intentan de mezclar dos círculos; terminan enfrentándose y destruyéndose.
¿Qué será de la ficción; podrá mezclarse con alguna realidad?. ¿Podrá el personaje que quiero inventar de mí a través de la ficción convertirse en alguien “real” en un lugar donde pueda embonar en el espacio?¿En Tamuín?.
Toño comenzó a contarme una historia que yo ya conocía, que me había ya descrito con detalles varias veces; la muerte de su hermano. Cuando el Sr. Delgado recordaba su cumpleaños número diecinueve en el que, yendo de reventón con su hermano mayor (veintiséis años), el ex novio de la prometida de su “carnalito” apareció frente a ellos con una nueve milímetros, jaló el gatillo y le dejó un hoyo en el entrecejo al hermano del velador de mi casa que salía por la mitad del lóbulo occipital. Me sentí un imbécil; llevaba, desde lo sucedido en eje 6, varios días sintiéndome mal físicamente, confiándole mis pensamientos y mis sentimientos a Toño; olvidándome que había sido él quien me había contado del asesinato de su hermano, que había trabajado en el Servicio Médico Forense y había descubierto a varios de sus compañeros practicando necrofilia con cadáveres recién llegados, el que había visto a dos judiciales matando a una pareja sin razón, en tiempos del negro Durazo.
Momentos después se abrió la puerta eléctrica de la casa y entró mi tío el doctor, que vivía también en aquella casa, en su camioneta nueva.
--Oye—llamo la atención al pediatra, que había bajado el vidrio lateral para saludarme -- ¿sabes qué desparasitante es bueno y no te pone como idiota?—le pregunto.
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--Eres un iconoclasta de corazón, con una mano en el fuego y otra en la luna. Pero te faltó mencionar la fijación patológica que tiene dios con la sexualidad escatológica y de vez en cuanto se toma la libertad de cagarnos encima—mensaje de Damnant quod non intellegunt, decía: mi primo Adolfo.
--Pues dios parece divertirse viendo cómo cago; cómo él me hace cagar—pienso.
Era el segundo día que estaba con mi hermano en Tamuín; la noche del primero la habíamos pasado jugando videojuegos en la farmacia de Soto hasta que el trino de las aves anunció el amanecer, pero hoy tomaríamos esos veinte kilómetros de la carretera panamericana que separan a mi pueblo de Ciudad Valles; iríamos a la fiesta de Bere, mi compañera de la primaria en el Instituto de la Paz; un colegio de monjas que me convirtió en ateo.
Debido al mal funcionamiento del estéreo y, en general, de toda la camioneta Xterra de mi hermano partimos, como siempre, en la lobo doble cabina blanca del papá de Skreetck. Íbamos los de siempre, más uno; al volante Manuel, famélico, alto, de pelo chino y pelirrojo, tez blanca, cara de niño, con su camisa vaquera verde; Towy de copiloto, con su barriga chelera, papada, estatura media, pelo negro cortado casi a rape, rasgos toscos, dos pendientes colgándole de las orejas y su camisa vaquera a cuadros rojos; Caballo estaba sentado junto a la ventanilla izquierda fumando un Marlboro, la nube azul que sacaba de su boca ocultaba sus facciones en la oscuridad de la noche que se hacía aún más sombría a través del denso polarizado de la camioneta, pero sabía que tenía barba de candado y sus cejas pobladas y que, además de mí, era el único que no llevaba botas ni cinturón vaquero ni camisa vaquera; Mi hermano estaba en medio de Caballo y de mí.
--Nada más falta el payaso—bromeé al pasar en la camioneta frente a la fiesta.
--Hoy Café Rock es gratis—intentó de persuadir Caballo.
Antes de que Skreetch apagara la camioneta yo ya había abierto la puerta y salido a saludar a mis compañeros de primaria. Nales me ofreció una silla junto a él, justo a la mitad de aquella mesa formada de cuatro mesas. Lo primero que noté fue la gordura que tenían todos; yo había bajado veinte kilos y parecía que ellos los habían subido.
--¿De qué la rolas, loquillo?—me preguntó Cholas, el más gordo de todos; prieto, de un pelo negro tieso. Había sido el portero del equipo de fútbol durante toda la primaria.
--Estudio actuación en el CEFAC—le dije intentando haciéndole entender a través del tono que ya lo había repetido mucho y que no me agradaría entrar en esa conversación; no funcionó.
Mientras se alejaba la camioneta de Manuel, con todos sus tripulantes (menos yo) dentro, las preguntas continuaron; yo sabía que sus dioses aparecían en la televisión y, probablemente, a algunos me los topaba en los pasillos de Azteca Digital y me provocaban náuseas. Intenté de no responder las preguntas, de buscar otra conversación, sin embargo parecía que él quería saber más, que quería envidiarme y burlarse de mí; a mi me parece sumamente desagradable esa envidia burlona.
–Son un asco de personas, la mayoría de ellos; corrientes, putos (de los que se venden); un asco de personas, güey—le decía –además todos se ven bien bonitos pero es puro maquillaje y fotoshop; ¡hasta tú te verías guapo, cabrón!. Esa es la verdad; las viejas que ves en las revistas (con las que te masturbas) no son así, tienen estrías y celulitis y... finalmente te masturbas con un pedazo de plástico—concluí. Berenice y sus tres amigas voltearon a verme al decir esto último; los tíos de Bere, dueños de la casa donde estábamos, me miraron con reprobación.
--¡Güey, cuida tus palabras!—me pide Nales, el fantasma de aquél niño que gritaba histéricamente: mis ovarios; después de recibir un balonazo en la entrepierna cuando tenía trece años.
Finalmente decidí que lo mejor sería, para llevar la conversación a otro lado, comenzar a burlarme de la profesión a la que Cholas se dedicaría; estaba estudiando en la escuela naval en Veracruz.
--¡Uy!—le dije – con tres meses en alta mar y un traje de marinerito y te vas a volver puto, cabrón—concluí; todos rieron, incluyéndolo a él. Luego cambié de estrategia, le expliqué lo que pasaría cuando llegaran a un puerto europeo, donde los vieran como seres exóticos y ellos vieran a las mujeres como exóticas; a Cholas le divirtió mucho platicar sobre ello y el conflicto que se había generado a través de la envidia se evaporó entre el vaho de las risas.
--Pues aquí ya fue, ¿no?—dijo Choche, que había adquirido su apodo en la primaria a partir del baterista del grupo “Bronco”, pues ambos tienen la misma complexión física; una barriga que parece salvavidas.
--¿Al Café, o qué?—les pregunté a todos.
--Nombe, güe; está muy caro. Podemos ir al Wash, a la rueda o a mi casa, si quieren—me contesta Chupa, que recibió su apodo gracias a aquél mito televisivo que favoreció a apartar las miradas mexicanas de la devaluación que venía y que sucedió a mediados de la década de 1990.
Tomé el celular y le marqué a mi hermano; el comprendió perfectamente cuál era el “Wash”.
Aquél lugar era una banqueta de una callecita que partía de la avenida principal; el Wash estaba a media cuadra de la avenida; era un auto lavado, un Car Wash en donde la policía municipal nos permitiría tomar, debido a que las dos amigas de Bere conocían al dueño. No habría problema, así que estacionamos los coches y las camionetas, Manuelito puso Intocable a todo volumen en su estéreo (que era el mejor de los que habían ahí) y todas las hieleras se empezaron a abrir. Reíamos y bebíamos cerveza, todos en círculo; yo bailaba y hacía divertirse aún más a los que estaban ahí, pues ninguno se atrevería a bailar.
Pompín, que nos había alcanzado con su hermano Chema en el “Wash” nos pidió si podíamos llevarlo hacia “El Cambalay”, un antro de streaptease que hay en las afueras de Valles, pues tenía que recoger en su casa a una “vieja” con la que “quería”; Manuel accedió y nos volvimos a meter en la camioneta los mismos que veníamos de Tamuín, más uno: Pompin; luego dos al subirse su amiga.
Ahora, como no cabíamos bien, Towy iba de copiloto y yo iba entre Towy y Manuelito. Yiyo me pidió que pusiera a los “Cumbia Kings”; yo accedí; me dieron unas inexplicables ganas de bailar y comencé a mover mi cuerpo de un lado para el otro dentro de la camioneta. Pasamos junto al Café Rock; no había mucha gente así que no nos detuvimos. Yo sabía que bailando era la mejor manera de conseguir una mujer en Cd. Valles, pues nadie bailaba; mi hermano conseguiría a las mujeres y yo bailaría con ellas. Pero no iríamos a Café Rock; seguiríamos bebiendo en el “Wash” hasta que se hubiera acercado el plazo que nos puso mi madre para regresar, a las tres y media de la madrugada.

jueves, abril 06, 2006

La imagen de Eisenstein (que había interpretado sucedía en Noruega) pareció cobrar otro sentido; la escena que había vivido unos días antes mientras caminaba por eje 6 parecía que se difuminaba en mis pensamientos cuando, *al ser informado de la noticia, recordé algo a través de otra persona:
"Todo sucedió en silencio, permitiendo que la música que el viento creaba al hacer golpear las ramas de los árboles llevara el ritmo de la velada que comenzó a mitad de la noche. Todo sucedió en silencio, permitiendo que los sentidos se expresaran a voluntad y concentraran toda su energía en persuadir a las feromonas para que bailaran un extasiante vals a través de la habitación. Nosotros bailábamos también; un cisne blanco y un cisne negro a mitad de un cálido lago que se formó a partir de la desembocadura del estruendoso caudal de dos ríos; el tuyo y el mío. Mis manos pasaban como una rastra por toda tu espalda, presionando más durante cada una de esas fugaces eternidades, en las que mi cuerpo se paralizaba por completo y mi garganta luchaba por mantener el silencio que reinaba. Bailamos en silencio hasta que el trino de las aves anunció la llegada del alba, estaba segura que habíamos hecho que el sol mismo despertara de su sueño. Estaba segura, sin embargo, que aquél silencio nunca se volvería a presentar y que, ese mismo día, el caudal de los ríos dejaría de verter sus aguas al lago... para siempre"
También había sido la mejor velada de mi vida, pero no podría concebir la idea que, probablemente, nunca volvería a suceder; con otro rostro, tal vez.
Mientras analizaba qué hacer antes de tomar una decisión al respecto, sentí que mi colon se ensanchaba y que no podría aguantar más.
Después de limpiarme los residuos de excremento saqué mi brazo entre mis piernas para lanzar el papel al basurero; me detuve y me quedé observando el rectángulo blanco --¡Puta madre!-- suspiré --¿otra vez?
La noche anterior se había alargado mientras Towy, Caballo, Skreetch y yo conversábamos durante la cena en los taquitos de Gama; esperando a que llegara el Keenworth Kenmex que había ido a dejar pieles a León.
La mañana había pasado imperceptible al pesado sueño que precedía a la desvelada y, cuando pude afocar la hora en el despertador digital que estaba en el bureau junto a la cabecera izquierda de la cama, sentí que otra vez el tiempo me perseguía; eran las doce y media de la tarde. Liberé mis piernas de las cobijas y giré hacia el lado derecho, sentándome en el borde de la cama. Levanté la mirada sobre las ventanas que dan al pasillo observando todos esos pósters de revistas para hombre que tapizaban casi todo el cuarto de mi hermano, intensificando mi erección matutina -- Eres como los gringos-- le dije cuando entramos el día anterior a su cuarto --¡puñetero!. Me incliné hacia adelante y miré hacia la izquierda a través del pasillo; mi madre veía una telenovela y no se daría cuenta de que estaba despierto hasta que yo entrara al baño, que está en medio de los dos cuartos.
La revista que había desaparecido mientras Yiyo se bañaba la noche anterior estaba otra vez sobre la mesita junto al bureau de la cama: "H, especial de sexo", decía en la portada. Tenía entre sus páginas tres sesiones fotográficas de desnudos; una de ellas entre dos lesbianas. Me puse de pie y tomé primero unos calzones de mi maleta, mi madre no se percató que me había levantado; luego, tomé la revista y rápidamente entré al baño, puse la cubeta que utilizamos en el rancho para no gastar agua (para regar las plantas), abrí la llave de la regadera y me senté sobre la tapa del escusado. Contemplé la página cuarenta y cinco de la revista, en la que dos mujeres se besaban dentro de una tina, y aproveché el poco tiempo que tenía antes de que mi madre me gritara quejándose que me acabaría el agua.
El vapor comenzó a empañar el espejo que estaba frente a mí, justo sobre el lavamanos, anunciándome que podía ya cambiar de estrategia. Abrí y volví a cerrar la cortina de la regadera al entrar. Tardé unos minutos en regular la temperatura del chorro de agua que brotaba del grifo desnudo que salía sobre la pared, a dos metros. Cuando la temperatura se adecuó a mi gusto, atravesé mi miembro en la trayectoria curva que dibujaba el líquido que provenía del aljibe. Sentí inmediatamente una sensación de ardor placentero, un certero golpe en mi abdomen bajo que recorría todo mi cuerpo, tensando mis músculos, abriendo mi boca para luego hundir mi labio inferior entre mis dientes y apretarlo con fuerza.
Aquella imagen encerrada en el cliché de las burbujas de una tina comenzó a cobrar vida en mi imaginación, yo entré a ella como atravesando una ventana y participé de la serie de imágenes que le sucedieron, a veinticuatro por segundo. Al cabo de quince minutos los rasgos corporales de mis dos amantes comenzaron a aburrirme; decidí que había intimado lo suficiente con ellas y me propuse cambiar el objeto de mi deseo. Fue cuestión de segundos que, cruzando una idea por mi cabeza, me decidí a inventar un juego; --A-- pensé --¿Andrea?,¿Alejandra?... sí; Alexandria Karlsen-- decidí al fin. Pude sentir sus rizos pelirrojos deslizarse entre mis dedos de la mano izquierda mientras mi mano derecha recorría lenta y suavemente su cuello, desde su zona occipital hasta posar mi palma justo sobre su cóxis. Mi brazo diestro rodeó su cintura baja, apretando sus nalgas contra mi pelvis a un ritmo allegro ma non troppo. Jalé con mi mano izquierda su hombro e incliné mi cabeza hacia el lado derecho para besar su cuello, justo en el lugar que provoca un frío escalofrío en sus piernas que llena de hormigueos su cuerpo, envolviéndolas en una cobija de feromonas que las lleva al éxtasis. Los músculos de todo el cuerpo de Alexandria se contrajeron y comenzó a temblar, gimiendo con gran volumen; --B-- pensé --Britney Spears no, ya está muy usada; ¿Barbara Mori?, ¿Briana Banks?-- no podía decidirme.
Así pasó un desfile de letras, como las vocales de Cri-cri, pero con todo el abecedario (saltándome algunas letras difíciles de encontrárles nombre, como la Ñ).
--¡Se va a acabar el agua!-- interrumpió mi madre en la X.
--¡Ya voy, me estoy quitando el shampoo!-- le respondí; --falta poco; dos letras-- pensé.
Al salir del baño (en calzones amarillos) mi madre me dio el cable que se había perdido de la máquina de escribir eléctrica que estaba en el otro cuarto. Mi hermano seguía dormido junto a ella, por tanto, me decidí a matar el tiempo escribiendo la historia que mi imaginación había desprevenidamente comenzado a hilar hacía dos días, mientras recorríamos la carretera que va de Huejutla al Higo. La "historia" era un cuento corto sobre un chofer de carreta de principios del S XX que diariamente llevaba personas de Ciudad Valles a Tampico. A pesar de los cinco años que llevaba recorriendo ese trayecto, el mismo miedo de siempre lo acompañaba en las noches al escuchar el sonido del aire golpeando las ramas de los árboles; para él eran las conversaciones que los espíritus del bosque sostenían (a soto voce) y que eran transportadas por el viento. Había una especie de vida más allá de las sombras de los árboles que se veían a las orillas del camino, más allá de la vida; unas ánimas que amenazaban a su propia vida.
Vi a Flavia por la ventana caminar a través del pasillo mientras mis dedos destrozaban una de las llantas del carruaje y dejaban al chofer solo en medio de la noche, mientras sus caballos galopaban y se perdían entre la neblina y la oscuridad que cobijaba el follaje de los árboles. Un fuerte olor a jugosa carne hizo que mi cuerpo siguiera a mi nariz y me encontrara en el otro bungalow con mi hermano despierto junto a mi madre, esperando la comida.
--¡Qué padre es la vida aquí-- pensé.

miércoles, abril 05, 2006

DOS IMÁGENES

Los montes escandinavos resguardan tras los fiordos al pequeño pueblo de Sand, al sur de Noruega, apaciguando las aguas del mar del norte. Parece ser que, para los humanos, las leyendas de las montañas han muerto; ya no hay trolls habitando sus bosques, ya no tienen vida. Parecen más importantes los egos sexuales que el salmón que está probando la carnada del anzuelo al final del muelle para aquellos dos adolescentes. Las nieves perpetuas miran (a medio día de un caluroso verano) con desdén la absurda dimensión de la pasión humana ante el diminuto valor de su vida, ante su constante guerra (que ya la tienen perdida), y deciden voltear hacia los fiordos.

Ésta imagen, aunada a la que viví hace unos días mientras caminaba sobre eje 6, me han echo infravalorar el sentido de la vida; soy diminuto; no necesito ser inmortal para poder asegurar que no soy nada. Pero, valorando lo diminuto, ¿quién tiene más valor para mí; un filósofo o un novelista?. Ambos son muy parecidos, pues la diferencia muchas veces está en la soledad del filósofo, ya que el novelista le ofrece sus silogismos al arte a través de una ficción y el filósofo ve al ser humano desde lejos y prefiere ver qué hay más allá de él, se da la vuelta y mira que hay detrás de los montes escandinavos. ¿Es una pérdida de tiempo ser un humano, dedicar mi vida a ellos?.
Un amigo escribió algo sobre la magia, diciendo que aquella se encontraba a través de la repetición; yo le respondí de ésta manera:
"Probablemente la magia ocurra cuando el músico deja de "tocar" sus escalas para "interpretar" a través de ellas. Cada repetición parece ser la misma, sin embargo varía su interpretación; ahí está la magia.
Un amigo una vez me dijo que una película no es la misma cuando la vuelves a ver, pues la interpretación es diferente; por tanto creo que para poder mostrar los cambios que sufre la psique de un personaje inevitablemente deben cambiar sus interpretaciones de una misma idea, de una misma imagen. La magia está en darle un orden progresivo al caos, en darle un ritmo. Por tanto... ¿La magia está entre dos unidades del tiempo; en su noción, en la transformación, en la muerte?. La rebeldía ante el tiempo vuelve a generar el caos, porque el fin pone orden... ¿Se generará un nuevo principio?, ¿Fernando?...
¿Cuál es el orden?: la pluma lo escribe (el ritmo es el orden): la percepción del tiempo, la transformación, la muerte. ¿Cíclico o Vectorial?"
La magia está en representar, como los católicos representan el cuerpo y la sangre de Cristo a través de una pinche oblea y vino barato; por tanto la magia es una ilusión, una ficción, una sombra... como la vida misma según Calderón de la Barca. La magia es arte y, como la magia no es nada, bien decía Oscar Wilde en el Retrato de Dorian Grey que "el arte no sirve para nada"; entonces, ¡¿qué carajos estoy haciendo?!: escapar de la muerte día con día, encontrando motivos de vida.
No sirvo para nada... pero lo hago bien; sorprendo (¡Qué ironía!).
Entró a la camioneta y se sentó en el asiento del copiloto.--¡Yiyillo!, ¿cómo estás, carnalillo?-- exagerando el acento norteño (en tono burlesco) celebré que por fin lo veía después de varios meses. Él me sonrió, extendiéndome la mano derecha. --Así no se saluda a un carnalillo, gué-- le dije jalándolo de la muñeca para abrazarlo; Yiyo, por su parte, me devolvió el abrazo un tanto seco, avergonzado que Towy y Caballo pudieran hacer un "chascarrillo" sobre una relación homosexual entre hermanos, lo cuál nunca se dio.
Dí vuelta y tomé la carretera hacia el otro lado del pueblo; dos cuadras antes de llegar a la plaza dejamos a Towy sobre la carretera, junto a su casa. Mientras se despedía, Yiyo me pidió manejar; yo accedí y le dejé el volante. Volvimos a dar vuelta en U y avanzamos varios metros hasta toparnos con la calle de tierra que lleva a casa de Caballo. Esperamos a que pasara una camioneta pickup "Ranger" y doblamos a la izquierda hasta toparnos con la Ford modelo 1965 que pertenece al progenitor del Caballo. --Las luces ya están prendidas--temeroso nos hizo notar Caballo, señalando hacia su casa --mi papá ya debe estar tomándose su café... ¡me va a poner una chinga ahorita que entre!. --¡Suerte, rejón!-- atiné a decirle antes de que cerrara la puerta trasera izquierda de la Xterra.
Mi hermano puso un cd de Shakira y me pidió que sostuviera el estéreo, acto seguido comenzó a golpear unos "puntos estratégicos" a los lados del estéreo. --No, ésta chingadera ya no sirvió-- desilusionado me comentó. Oprimió un botón y sintonizó una estación de AM. En ése momento me decidí a preguntarle.
--Oye, Yis; ¿y sí viste mezcalina?
--¡Puta!, hay una cachimba por Matehuala donde venden lo que quieras... ¡hasta armas venden los hijos de la chingada!-- mirando la curva que se avecina, antes de llegar al puente "El Huiche", me comenta.
--¿Pero viste mezcalina?-- le reitero poniendo énfasis en el "viste".
--Pus allá le dicen peyote preparado, ¿vea?. Y pus lo venden en botellas como de a litro y medio. Son muy diferentes, algunos son así como salsa "Ranch" y otros como miel (¡pero bien baboso!) y pues los otros tienen como cosas sólidas; como negras así...-- intenta de explicar.
--¿Litro y medio?... ¿Y cómo para cuántos viajes te alcanza una botella?.
--¿Cómo que para cuántos viajes?-- frunciendo el ceño pide una mejor explicación.
--Sí, con cuántos tragos te pones acá "bien loco". Mira, si con un trago tienes, entonces puedo vender en México una de esas botellas como a mil pesos ¡fácil!-- le digo, intentando de proponerle un negocio.
--¿Y sí hay quién lo compre?
--Por la oferta no te preocupes. Lo importante es cuánto nos van a costar... ¿Averiguaste el precio?-- le pregunto.
--No, pero pues deben de costar como unos doscientos pesos más o menos-- sin mostrar mucho interés me dice Yiyo aventando cálculos sin pensar.
--¿Qué preguntaste, cabrón?-- ofendido le contesto.
--Si tenían mezcalina-- con un tono agudo, como queriendo decir: eso fue lo que me pediste que hiciera, me dice mi hermano.
--Sentido crítico cabrón... ¡Es un negociazo!... La próxima vez que vayas compra una y yo te doy el doble cuando la venda.
--¿Ya tienes a quién vendérsela?
--Sí--contesto con seguridad --a Pablo, mi dealer.
Mi hermano se lleva el dedo índice de la mano derecha a la boca mientras nos acercamos a la ventana del último bungalow --Shhh... nos va a oír mi mamá-- me dice en voz baja, sin hacer vibrar las cuerdas vocales. Yo saco un billete de doscientos pesos de la cartera. --No, luego me lo das.
--¡Hay culito, mátame a pedos que quiero morir hediondo!--vehementemente, bailando, moviendo la cabeza, dice Toño.
En el estéreo de la camioneta azul se escucha aquella canción a la que menos atención prestaba de mi MP3 de intocable, "Un desengaño". --Un desengaño no es morir, sabrás... porque mi vida es toda tuya.-- cantamos a dúo Toño y yo.
Al estar oyendo esa canción del que no tiene ya dignidad, al que ya no le importa ser pateado, me dí cuenta de algo; la estructura que estoy dando últimamente a mi vida es de canciones norteñas ¿te has dado cuenta?. ¿Será que el pasado me seduce, los orígenes?. Aún más lo siento cuando cambia de grupo en el disco. Es la primera vez que escucho a "La firma", tocan bien pero la grabación no les favorece (lo que es no tener una buena masterización de disco).
--Me gusta mucho mi pueblo, Toño. Allá está esto a todo volumen en la camioneta de Manuelito, estacionados chupando, echando el "coto" con unas viejas.
--¿Qué, sí está muy bueno el desmadre allá?.
--Es divertido-- mientras bailo, respondo.
--A mí me gustaría ver bailar a tu hermano--comenta Antonio.
--Él no baila, sólo se les queda viendo con el chupe en la mano.
--¿Entonces cómo le hace o que?-- vuelve a interrogar Toño.
--Pues lo que pasa es que es muy "carita"; por eso me encanta ir a bailar por allá; porque yo, mal que bien, sí bailo; así es como le bajo a todas.
--¿A sí?--sonriendo, más que preguntar, festeja Antonio.
--Él las mira y yo nomás bailo a un lado hasta que una de ellas me ve dos veces a los ojos; ¡bueno!, depende de como me vean. Después de un ratito las agarro a bailar apretadito; allá se asustan. Si ya logras bailar un rato "acá", quiere decir que ya chingaste.-- le digo mientras miro luces rojas bailando en los vidrios laterales de mi coche.
Una microonda comienza a interferir con el sonido del estéreo; inmediatamente comprendo que tengo una llamada a mi celular.
--Enriquito, hablo de parte del doctor Gordon para preguntarte si ya vienes en camino.--dice la voz femenina a través del auricular.
--¿Qué hora es?
--Las nueve y media.-- subrayando responde la secretaria.
--Voy saliendo.
¿Dónde está la mota?. ¿Se habrá caído?. No, Toño no la tiene. No está en las bolsas de mi pantalón; mi cartera en la izquierda, en la derecha; nada. En mi chamarra no hay nada. ¿Y mi celular?; entre mis piernas no está, entre todas las cosas que tengo en el asiento de copiloto, tampoco. El celular está en mi asiento, justo en mi costado derecho; lo encuentro. Vuelvo a hurgar mis bolsos; está debajo de mi cartera. La escondo en el cajoncito que está del lado izquierdo del volante, justo debajo; si me para la policía es el último lugar donde buscarán, pues piensan que ahí se encuentran puros cables del coche. ¿El hitter?; también lo tengo que meter. Sí hay algo en mi chamarra; ¡eccola qui!. Miro por el retrovisor y observo unas luces de sirena justo detrás de mí; ¿me vendrá siguiendo desde hace mucho?; no importa pues aquí doy vuelta en U, a menos que me pare por hacerlo, aunque no está prohibida.
Los dos policías deciden ir a comer unos tacos, para ello dan vuelta al otro sentido de Revolución, después tendrán que meterse por unas callecitas de San Ángel para llegar a la lateral de Periférico donde, en una boca calle, se encuentran "Los Mejores Taquitos de Suadero".
Me encuentro con una luz roja, así que me detengo. Vuelvo a mirar a través del retrovisor; la sirena sigue ahí. Estoy seguro que al meterme a las callecitas de San Ángel, rumbo al psiquiatra, los veré seguirse derecho por Revolución. Cuando vuelvo a ver las luces roja y azul, ahora reflejadas en el parabrisas, acelero hasta buscar el entronque. Ahora sé que cualquier persona puede, a cualquier hora del día, sacar una arma a mitad de la calle y comenzar a disparar; creo que más aún siendo policías.
Me estacioné frente al portón del consultorio, con dificultad pude apagar el reproductor de cd´s que hacía sonar a "La firma", salí corriendo, toqué el timbre y sonreí a la cámara; me abrieron la puerta y entré.
Cuando regresé con Toño ya había saltado a "La Firma" y a "La Leyenda" en mi MP3, tocaba el turno a "Palomo"; imaginaba las suaves escalas del acordeón y recordaba a Jimi Page tocando "Since I´ve Been Loving You"; sabía que estaba exagerando. Escuché una canción de una composición musical que me pareció muy bella; Miedo. Recordé un recuerdo, o varios recuerdos que pertenecen a uno mismo; "Miedo de sentirme solo.." sobre el bajo, y la batería haciendo vibrar el asiento de la lobo blanca a través de los woofers. Comenzaba a sentir que la realidad se podría convertir en ficción y que el fantasma de una realidad pasada que aún no entendía, que aún no entiendo bien, está invadiendo mi presente; que los orígenes me piden comprensión, que un pasado y una distancia me piden un entendimiento de la transformación a partir de la cultura musical. El fantasma del pasado me seduce.
Era la última canción que escucharía con Toño, lo tenía claro; tenía que estructurar mi presente y no quería que navegara hacia el olvido... como todas esas caras. Escuchábamos "No Me Conoces Aún" de "Palomo", a dúo con "Intocable". Mientras seguía el ritmo del acordeón con los hilos que salen de mi alma y mueven lentamente mi cuerpo, pensé mucho en ti; sobre todo en ti... en todos ustedes; --No te conozco, no me conoces a mí; sorpresas hay por vivir--fue lo último que escuchó Toño antes de que me despidiera, metiera primera y subiera el camino hacia mi casa, hacia el garage, hacia mi cuarto; hasta aquí.

martes, abril 04, 2006

El taxi recorría la carretera, atravesando la mitad del pueblo, cuando pasó enfrente la camioneta Xterra. Las gotas de lluvia hacían círculos de agua en el cristal, impidiendo por unos instantes la visibilidad; hasta que volvía a pasar el limpiador a través del vidrio. Yiyo, en el taxi, se dirigía a Praderas Huastecas a esperar a su "compadre" Toy, que paró a echar diesel al trailer para dejarlo listo para su siguiente viaje. La Xterra roja se topó con el trailer en el último semáforo, junto a la gasolinera; así que dio vuelta en U (derrapándose fuertemente debido a la lluvia) y comenzó a seguirlo. Toy miró la camioneta por el retrovisor y le pareció raro que yiyo hubiera llegado tan rápido; o... ¿era su hermano?. El taxi se estacionó pero él decidió esperar dentro, pues la lluvia arreciaba. La camioneta rebasó al trailer pitando; los tripulantes voltearon a la cabina. El trailero miró nuevamente por el retrovisor, ahora cómo intentaba de rebasarlo; muy mal, a juicio del Toy. La camioneta se estacionó junto al "aerogrip", justo pasando el taxi. Yiyo vio cómo la Xterra se estacionaba y decidió bajar; se topó afuera con el Towy, que a su vez se había bajado de la Xterra. La Xterra no se movió de su sitio. El trailer pasó de largo y fue a dar la vuelta más adelante, junto a los taquitos "El Arbolito", regresó y se metió a Praderas Huastecas. Yiyo entró a la Xterra y se topó con su hermano. Las dos historias se unieron.

lunes, abril 03, 2006

Borges.

Admiro tanto las ideas de Borges que por ello nunca he leído de él lo suficiente; a pesar de lo poco que he leído, lo considero el más grande escritor que haya existido.

Fue Jimmy, ayer, el último en compararme como escritor con José Agustín. ¿Será que tendré que ser comparado con José Agustín primero para luego ser comparado con Jorge Luís Borges?; parece una pregunta un tanto pretenciosa, pero no lo es; yo no pretendo ser un Borges (como el narrador de "París No Se Acaba Nunca"), sólo (pretendo) hacerme las mismas preguntas que él se hizo. Quisiera poder argumentar sus respuestas correctamente en base a un sentido crítico propio. ¿Es pretencioso saber?; probablemente sí, pues el saber crea un aprendizaje que cambia la conducta, cambia el ser; o...¿se es el mismo, pero más sabio?. ¿Acaso podré, como la hipnosis, continuar yendo "más y más profundo" hasta dejar de ser un escritor "como José Agustín" y convertirme en un escritor "Como Borges"?; no convertirme en nadie, sino ser yo "uno de los más grandes escritores", alguien que interpretó las cosas de manera diferente pero lógica; un mago. Mientras tanto, lo único que puedo hacer es "seguir tocando escalas", como los músicos de Fernando; intentando de darle ritmo al caos, esperando que la magia surga.

En "Los Teólogos", Borges describe, con precisión matemática, diferentes conflictos religiosos que se dan, en este caso, al confrontar al cristianismo con dos herejías (las religiones orientales que conciben al tiempo cíclico, y los histriones), con sus propios dogmas y ¿fisuras? y, finalmente, con la naturaleza humana. La historia se desarrolla en torno a dos influyentes cristianos; Aureliano y Juan de Panonia; y al odio que le profesa el primero al segundo debido a la envidia que le provocan el peso de los argumentos con los que éste defiende su propia causa.

La eternidad es reinventada diariamente para ahogar con quimeras el miedo que les provoca la noción del fin, o para justificar con mentiras lo que se ha convertido en la naturaleza humana; un parásito con ideas. La filosofía se convierte en religión y la religión se convierte en un producto, y el pragmatismo es lo que hoy está de moda. Los histriones se han convertido en mayoría; alabando a George Washington (Lo besan y leen después "in god we trust" tatuado en su espalda) y encomendándose a Jesús Malverde. ¿Alguna vez se unirán a su celestial espejo?: no, pues es ésa sólo su justificación; veneran a su óbolo. El pragmatismo es la nueva religión capitalista, está de moda; y sólo se experimenta a través del óbolo. La religión es la justificación por la cuál se puede empuñar una pistola y descargarla sobre el cuerpo de alguien más... ... y Juanito, de 13 años, en Culiacán se persigna frente a la imagen de Jesús Malverde antes de cortar cartucho a su AK-47 y subirse a la "troca".

¡"Los Teólogos"!; todos ellos mentirosos, con miedo, egoístas; todos ellos absurdos... todos ellos iguales.

2
Tomé el teléfono y lo llamé; Rafa su hermano le arrebató el teléfono y cambió mi pasado.

...--Hasta luego, que estés bien-- le dije cuando se bajaba de mi coche junto al Sanborns de Miguel Ángel y División. Luego abrí la caja que está del lado izquierdo debajo del volante y saqué un poco de marihuana y un hitter. Bajé el vidrio y, con Intocable a todo volumen, acerqué el fuego del encendedor al instrumento de metal e inhalé hasta llenar mis pulmones de mota. Sabía ahora que lo volvería a ver en otra ocasión.

domingo, abril 02, 2006

Yiyo subió a un taxi en Valles, en el que regresaría más tarde su "compadre" el Toy, después de estacionar el trailer en la empresa praderas huastecas en Tamuín, S.L.P. Sabía que su hermano estaría en el Dans Bierhaus, en el cine o en alguna fiesta en aquella ciudad por lo que, desesperado antes de salir de "aquella gran urbe", sacó su celular de la bolsa derecha de su jeans y le marcó: "El número que usted marcó no está disponible o se encuentra fuera del área de servicio". Llamó al número de celular de Pravia, que utilizaban los trabajadores de aquél rancho que hace alusión a una región de España; su hermano contestó.
Manuelito, Caballo, Towy y yo estábamos cenando en los tacos de Gama, junto a la plaza (del otro lado de la farmacia de Soto, que se había quedado en Valles con sus bellísimas amigas). Cada quién se comía una gringa de bistec con chorizo y queso cuando los mosquitos comenzaron a desesperar por sangre y pulularon en la atmósfera. Un aplauso marcaba el instante en que cada insecto era asesinado por nuestras manos. --Lo bueno es que no son aedes aegypti--dije. Todos me miraron con gesto de incomprensión. --Sí, el pinche mosquito del dengue ¿no?... pero ese es más grande, entenao-- contestó Towy. --Va a llover--dijo después Gama detrás de un asador de ladrillo, con un cuchillo en la mano y tortillas en la otra. Gama es una de las personas más obesas que he visto, tiene como mi edad... pero no tiene ningún problema de columna, de postura. El celular de Pravia sonó justo cuando la lluvia comenzó a caer.
Volteé a ver la última tortilla que me quedaba; la iba a tomar en las manos cuando noté algo extraño: del árbol que nos protegía de la lluvia cayó excremento de un ave... justo sobre la tortilla. --¿Y qué si me la hubiera comido?--pensé --Yo la respiro.
Hoy Toño no está, pues yo no estoy; hoy yo estoy en casa de Rodrigo y Antonio está en la mía.

Salíamos del cajero automático Banamex que está entre Insurgentes y Eje 6 cuando mi primo me comentó que le parecía sospechoso, yo le dije que sólo se le había olvidado su tarjeta de crédito. Los efectos del "skunk" que había fumado antes de salir de mi casa y que le había comprado por doscientos pesos a Pablo dos días antes, persistían fuertemente en mi cerebro (era "much better shit" la que tenía el nuevo "amigo" de Pablo que el anterior). Doblamos por eje seis con dirección al Oxxo que veíamos a dos cuadras, en el que compraríamos cocacolas y cigarros. A mitad de la primera cuadra de eje seis sentí algo, una explosión que luego comprendería como dos fuertes alteraciones de estado de ánimo. Escuché un grito, seis palabras: "ya te llevó la chingada, cabrón". Había un hombre caminando hacia atrás, de camisa a cuadros y cabello negro; del otro lado, sobre la calle, caminando hacia la mitad de la calle con sus dos brazos estirados a la altura del pecho. Otro hombre estaba parado a un lado de un auto amarillo y lo miró horrorizado mientras el otro se alejaba unos pasos. Escuché un grito y seis palabras que sonaban a un huracán de preguntas a cerca de sobrepoblación de las ratas, que sabían a plomo. Vi. a aquél hombre atragantándose de centavos, revolcándose en el suelo con ambas manos presionándose la parte inferior izquierda del abdomen; doblado, ventajosamente doblegado. El maleante observó por unos segundos su crimen, estaba seguro que el "valiente doctorcito" iba a valer madres. --Mi tercero-- pensó. Luego se dio la media vuelta y cruzó la calle. Lo miré a los ojos y me miró a los míos, yo sentí ganas de vengar una injusticia y él sintió que el orgullo y virilidad se impusieron por un momento a la confusión, a la adrenalina y al miedo que hacían temblar su piel; quiso matarlo, quiso matarme y seguir jalando el gatillo pero no tenía tiempo, y probablemente tendría que ahorrar balas. --¿Qué haces, güey?-- con los testículos en la garganta me dijo Rodrigo --Camina rápido--. El hombre de camisa de cuadros dio vuelta hacia Insurgentes y cambió del paso veloz al trote, yo seguí caminando en sentido contrario. Sonó otro disparo del mismo calibre, una 22 creo. Cruzó frente a mí una mujer de baja estatura, vestida con una bata... llorando. Al pasar junto a una farmacia de similares, me preguntaron los que la atendían (que estaban muy preocupados afuera) si había visto lo que había pasado. --Sí, le dispararon a un cabrón-- le dije --Probablemente esté muerto-- agregué con indignación. Una de las mujeres qe ahí estaban gritó con lágrimas en los ojos: ¡El doctor los estaba siguiendo!.
Entramos al Oxxo sin saber qué pensar, horrorizados, sólo pensando, repasando en nuestra imaginación un mismo sonido y una misma imagen. Me acerqué a los refrigeradores, no sabía qué hacía; sobre una columna junto a ellos había una bocina. Escuché un acordeón... "Tú eres aire que da vida y mi alma te respira..." ...Intocable. Tal contraste me pareció irónico; la fragilidad de toda una cosmogonía ante la velocidad de algo que pesa menos de un gramo.
Una hora más tarde me encontraba viendo una película que me hiciera calmar las mareas de pensamientos; veía "Hitch" (¿qué más puedo decir?) y observaba a mi primo editando unos videos en la computadora cuando recibí una llamada; era Erik.
--Qué pedo, habla Erik-- me dijo más que preguntarme.
--¿Qué pasa?.
--Ya no le hables a Pablo.
--¿Porqué o qué?-- intrigado le pregunté, creyendo que había tenido algún problema con él y que yo podría inmiscuirme en el asunto.
--Porque está muerto-- me respondió más seco que de costumbre.
Me quedé helado, no supe que contestar; Erik hablaba de una persona con que había estado platicando conmigo hace dos días.
--Lo mataron ayer-- concluyó.
¿Habrá sigo algún problema relacionado con el tráfico de drogas, por haber cambiado de proveedor?. Es algo increíble para mí, pues Pablo era una de esas personas que profesaban el "peace & love", completamente en contra de la violencia. ¿Debía dinero a alguien?.¿Y qué tal que si, con los cuatrocientos pesos que recibió de nosotros anteayer, intentó de pagar un poco de su deuda pero fue rechazado con un balazo. Seguro ese dinero está ahora en manos de un asesino.
--¿Tuvo que ver con sus "asuntos"?--continué interrogando.
--No sé... sólo puedo decirte que NO hables a su celular...
A veces me frustra el no estar seguro del futuro, pero comprendo que la seguridad en el mañana es rutina y la rutina es la muerte en vida. Las acciones conscientes del hombre buscan un propósito y se tienen que vencer obstáculos y avatares para poder obtener aquello que se busca. A veces los obstáculos son más poderosos que la mente, que el físico y, principalmente, que la voluntad, pero a veces el destino que es simplemente la unión de un infinito de posibilidades que se dan en un preciso instante, van cambiando el curso de esa voluntad y ¡pum! un balazo termina con la voluntad; y todo lo que soy. mañana con un mínimo movimiento de un tendón se pierde en la nada... como un foco que se apaga; ya no es un foco, es un foco fundido; la luz no existe y, por tanto, no existen los colores. No hay espacio, no hay tiempo, no hay velocidad ni gravedad, no hay nada... sólo materia inerte. La vida es más bien como un instante de luz perdido en la oscuridad; frágil, único. A veces las historias (mis historias, yo) me parecen absurdas ante el inevitable fin. Sólo tengo esto, y esto debe ser suficiente... pero a veces no lo es. ¿Qué puedo hacer?¿Intentar de prolongar mi inevitable muerte?. La vida no es como las novelas que se pueden dejar inconclusas, pues irremediablemente tiene un fin. ¿Y... qué si fuera eterno?; al ser todo ¿quién sería?; nadie. De alguna manera creo que es la cualidad de ser finito la que identifica a un ser pensante, la que lo hace ser diferente a los demás. Aunque no habría sufrimiento... tampoco habría motivos de alegría.
Alguien me dijo que las ratas en sobrepoblación se matan a unas a otras y se suicidan, que presentan un gran estrés debido a la falta de espacio; somos peores que las ratas en laboratorio, pues éstas carecen de razón. ¿Acaso no es una grandiosa ironía que estudien sociológicamente a los humanos a través de las ratas?. Es un imán esta ciudad, un imán que produce estrés, un imán que atrae a las ratas y que, como tal, atrae los metales... atrae al plomo.

--Hasta luego, que estés bien-- le dije a Pablo cuando se bajaba de mi coche junto al Sanborns de Miguel Ángel y División. Luego abrí la caja que está del lado izquierdo debajo del volante y saqué un poco de marihuana y un hitter. Bajé el vidrio y, con Intocable a todo volumen, acerqué el fuego del encendedor al instrumento de metal e inhalé hasta llenar mis pulmones de mota. No sabía que al día siguiente asesinarían a Pablo.
Dejé de pensar en ello y jalé el rollo de papel, corté un buen pedazo y lo doblé en tres. Después de limpiarme los residuos de excremento saqué mi brazo entre mis piernas para lanzar el papel al basurero; me detuve y me quedé observando el rectángulo blanco --¡Puta madre!-- suspiré; había sangre en él...