jueves, agosto 16, 2007

Lecturas Históricas


Le déjeuner sur l´herbe, Edouard Manet


Desde que tengo uso de razón he vivido con la convicción que hay un cáncer invadiendo mi cuerpo, ello provoca que a veces no me pueda soportar en la soledad. Creo que hay dos ilusiones fundamentales que me mantienen con vida, la más importante de ellas sería la ilusión de encontrar una ilusión; las palabras sublimadas en una perfecta mirada femenina.

   Últimamente han desfilado por mi lóbulo frontal muchas imágenes incompletas buscando ser comprehendidas y reinventadas, sin embargo el día de hoy me encontré con una que no está separada por el vidrio de un monitor, ni por el yugo de la distancia.

   Observé por la ventana de la puerta que da al salón B 233 quince minutos pasadas las once de la mañana, quince minutos retrasado debido al obligatorio juego de la caza que, cual tiburón, debo hacer a esas horas para conseguir lugar de estacionamiento. Giré la perilla y pedí a una mujer rechoncheta que escribía en el pizarrón, de cuya prosopografía no podría escribir más, que me permitiera entrar. --Tú debes ser Enrique Aburto-- me dijo, debido a que no había asistido a ninguna clase este semestre. -- Creo que acabo de desmitificar el nombre, ¿no es así? -- contesté burlón. Entré. Fui hacia la esquina contraria pues era el único lugar donde había asiento.

    Observé una mágica sonrisa, perfecta, que escondía la tibieza de una 
tímida mirada. Disfruté la seducción de pensar que acaso había sido yo quien había intimidado a aquellos ojos, cual nube de tormenta que celosa priva a la tierra del calor solar. Tomé asiento frente a su mirada, actué una atención impasible hacia la cátedra frente a su mirada, temblé bajo el olor de la canela que se adhería con recelo en sus mejillas y que coronaban en su nariz que asemejaba a una galleta que surgía de entre la suavidad del más dulce postre francés. La observé detenidamente cuando noté que su mirada cambiaba de objetivo; era magníficamente imperfecta, la más bella de todas las imperfecciones; un querubín perdido en un prostíbulo. Unos casi imperseptibles hilos de seda surgían de sus mejillas, provocándome la sensación de ser el más fino de los terciopelos rogándome por ser tentado con sutileza. El temor subyugaba a unas plutónicas ansias que se desquitaban a pellizcos con mi pantalón.

    Por casi una hora, no pude hilar más de dos palabras al hilo: "gracias", "sí", "no". Cuando por fin pude decir algo coherente (comparé la concepción de la historia 
con la lingüística de Sausseur), creí haber suplantado mi miedo con una pedantería inescesaria, no lo sé. Pasé el resto de la clase imaginando los más dolorosos pensamientos que ella hubiera podido tener sobre mí.

   Recuerdo haber salido después de ella. Recuerdo haberla buscado. Recuredo haber creído que había sido una silenciosa alucinación que se había desvanecido en el tiempo. Creo haber hablado con dos compañeros, no sé de qué; el deseo de que aquella imágen se revelara una vez más en el espacio para mi propio placer deshilaba mis nervios. La recuredo pasando nuevamente junto al salón, mientras yo, con una sonrisa de idiota levantaba mi mano en señal de despedida. El placer de su captura en mi memoria casi satisfizo a mis deseos ( ¡la recuerdo tan nítidamente!), sin embargo aún no conozco su nombre.