martes, junio 06, 2006

Ficticia Apología del Artista

La obligatoria necesidad del del deber, de la responsabilidad, suyuga mi imaginación a la realidad. Pero no quiero, por ello, descubrirme a través de los ojos del prójimo pues(,) la verdad(,) duele; prefiero ser el Fiorentino Marcelo Antonioni, el Holandés Karl Vav Vandergraft, el porteño Martín Cambiaso: yo.

Soy un espía; eso dirá usted que, a pesar de verme como un atípico espía, me considerá como tal. Pero soy realmente un intelectual, un intelectual infiltrado en el gobierno y no un espía del gobierno infiltrado en la intelectualidad. Si desea llamarme por un nombre, llámeme Homero pues, realmente, soy Homero; un literato, un guerrero que busca recuperar lo que le pertenece: el sagrado grial. Empuño en mi mano el arte, impulsado por la sublime, la sabia intuición humana. Lucho por la libertad de juicio, por recuperar la belleza que nos robó la hipocresía en la que mutó aquel cinismo, aquel cinismo que nos gobernaba y que habíamos vencido.
El cinismo era un honorable yugo, pues se aceptaba así mismo ya que no le importaba el verse a través de los ojos ajenos y, por tanto, se permitía la expresión subyugando al arte, obligándolo a expresarse por él.
Para mí, la belleza es la verdad suprema, y hay belleza en el cinismo pues es honesto, es verdadero. La hipocresía oculta la verdad, es deshonesta y, por ello, no se permite la expresión verdadera, oculta la belleza; es una mentira sin imaginación que reprime al arte. Mi deber es recuperar la verdad, volver a ostentar el juicio a lo bello, infiltrándome en sus murallas a través de una mentira, del producto de un trabajo: un equino que cubre mi realidad ante los ojos del prójimo. Debo pues disfrazar la verdad de mentira para mentirle al mentiroso y así, dentro de su infrestructura, descubrirme con la verdad aunque, con el trinufo, el cinismo religioso nos subyugue otra vez; pues ya he demostrado que es preferible.

Yo soy Homero, un artista; yo no soy un espía.