domingo, septiembre 02, 2007

Sócrates


 Tripulantes del Apollo 13, que explotó intentando cruzar la atmósfera.

-Creen en la muerte, creen en el cáncer, creen en el sida, creen en la medicina, creen en el cosmos, creen en la nada, creen en todo, creen en los aviones, creen que han vencido la gravedad, creen que todo se puede solucionar, creen que nada es para siempre, creen que pueden llegar a ser para siempre, creen en el cosmos, en los planetas, las estrellas, los cohetes que vuelan hacia el espacio y que la ciencia es precisa; son unos locos, unos locos ¡locos, locos!... no saben nada.

La verdad está en eso que llaman gravedad; es lo más importante de todo, es quien da la vida y quien la quita, es el demiurgo. Creen que le han ganado; ¡los aviones! ¡Bah! No tienen ni puta idea. No quieren aceptar su derrota pues en los mismos trajecitos espaciales está su gravedad. Es lo que mantiene nuestras partículas unidas.

Desde que nacemos luchamos para poder hacerle frente; para ponernos de rodillas, para caminar. ¡Ya sé lo que dirán esos locos! ¿Y las aves, y los aviones? Las aves son las que mejor pueden luchar contra ella: pero siempre nos entierra. En la muerte sucumbimos ante ella; estamos a su merced y esperamos a que nos entierre. Los mismos pajarillos que alto vuelan, se precipitan y caen, y esperan a ser enterrados como cadáver, como mierda expulsada por depredadores. Los depredadores también mueren… y luchan menos, mucho menos.

Por eso yo miro al cielo. Por eso siempre estoy aquí, tendido: aceptando de antemano mi derrota y mirando las nubes. ¡Las nubes! Y les pregunto desesperadamente, inútilmente, sin respuesta cuándo será el día en el que ese demiurgo se canse del poder que posee y deje de apretarnos con su puño. ¿Cuándo será que nuestras partículas finalmente se separen unas de otras para viajar en gogoles de partes a través de eso que ustedes, locos, llaman infinito?

¿Pero qué te importará a ti todo esto, si eres un joven y tu egoísmo no te permite ver más allá de tu voluntad?—me dijo finalmente Sócrates tras un mugriento saco de algodón desaliñado cuyas manchas de tierra y aceite no contrastaban con el color café de la tela, recostado en la banqueta junto a la banca que se encuentra detrás del kiosco del centro de Coyoacán donde yo estaba sentado.

2 comentarios:

Édgar Adrián Mora dijo...

Nos estaremos leyendo, estimado Aburto, ¿nada que ver con el otro Aburto, verdad? (es broma). Un gustazo encontrarte en la red.

Anónimo dijo...

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