domingo, junio 03, 2007

El Héroe


Se miró en el espejo. Se miró directo a los ojos como no lo había hecho nunca. Había visto el cepillo de dientes frotar con violencia sus encías y el agua resbalando por su cara, goteando de entre sus cabellos, pero nunca se miraba. Se miró en el espejo. Sus ojos; los cubrían lágrimas de fuego, y la pasión exacerbaba en su mirada. Marcábanse sus venas tan nítidamente, a tal punto que parecían a momentos de explotar, derramando la sangre por su ya rojiza cara. Su cara; era como un montón de manzanas demasiado maduras, invadidas por unos gusanos blancos que salían de entre ellas como las venas de su frente. Sus músculos, con una tensión mortal, formaban bolas bajo sus mejillas estirando cruelmente la piel. Sintió miedo de sí, luego sintió terror. No pudo seguir contemplándose en el espejo y tapó su cara con las palmas de su mano. Se frotó los músculos masajeando, buscando suavizar su expresión.
--Soy una bestia-- dijo en voz alta.
Había creído disfrutar el miedo que provocaba en la gente. Creía que con su actitud se defendía de la crueldad del hombre. La gente, creía, juzgaba sin siquiera conocer y luego atacaba. Tenía la seguridad de que sólo se defendía.
--La verdad nos hará libres-- pensó. No había, según su interpretación, nada más erróneo que eso; la verdad es una convención de cada una de las sociedades que son como un gran juzgado injusto. Y es que se imaginaba como uno de esos superhéroes de los comics luchando por la justicia, en un mundo lleno de villanos.
Después de observarse detenidamente en el espejo, dudó de todo esto que creía. Con calma se secó la cara con una toalla y salió del baño. Miró con atención su cuarto, su cama destendida, comida en el suelo, su ropa tirada por toda la alfombra. Se dio asco. Un estado de ánimo de profunda lástima hacia sí le inundó los párpados. Cerró los puños intentando resistirse y, decididamente, caminó hacia el rincón donde estaba tirada una guitarra de madera. Luego fue por un cuaderno pautado que estaba sobre un escritorio a un lado de la cama. Sacó un lápiz de uno de los cajones y se sentó en la piecera. Golpeó el suelo repetidamente con su pié derecho a un ritmo perfecto, a un ritmo alegro.

La primera cuerda es razgada. Un mi suena por tres tiempos, el tono se repite por un tiempo y cambia a un la, luego otra vez un mi y luego un sol, todos en un tiempo. Se detiene. Toma el cuaderno con su mano izquierda y, con la derecha, escribe: "I´m a beast, I´m all pissed. I could get you on your knees." Para nuevamente y reflexiona por un instante. Siente una soledad que no había tenido nunca. Lee lo escrito y se imagina dentro de la melodía. Ríe con dolor. --¿Quién juzga a quién?-- se dice. Y descubre que lo que buscaba, mejorar al mundo, lo persigue a través de una estrategia diametralmente opuesta a la que debería. Así que vuelve a pasar el lápiz por el cuaderno escribiendo como continuación: "I dont want to be like this".
Arranca de tajo la hoja del cuaderno, la tira al basurero y, al disponerse a tender su cama después de varios años, ignora que en el último punto de la hoja hecha bolas en el basurero se encuentra el último instante de su adolescencia.

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