jueves, junio 21, 2007

Ríos de Limón


Homero Simpson en la tierra del chocolate.

Los ojos seráficos han visto las tinieblas de este mundo:
ese verde grisáceo que la Naturaleza prefiere como
tumba de la Belleza.
Edgar Alan Poe

Debajo del surco del tiempo se encuentra, protegido por dos barrancas de café, el río. No se puede percibir el sonido de la corriente. El viento sopla pero el golpear de las ramas de los árboles no se escucha tampoco. Sucede que las ramas de los árboles son de chicle, y que sus tallos son de chocolate, y que la tierra es de café. El agua del río está hecha de gelatina de limón, verde. Se mueve con lentitud por la pendiente casi imperceptible que dirige al caudal hacia el océano. Y respiro el aire puro. Y me preparo a bajar por un camino con aroma a café que baja a la orilla del río.

Y bajo con lentitud, escuchando el silencio que las suaves partículas del chicle no se atreven a irrumpir al chocar con violencia las unas contra las otras. No toco nada, no pruebo nada; me parece casi sacro. Es más bello contemplarlo que pervertirlo con mi humana necesidad de sentir.
Me acerco hacia la orilla para ver mi rostro reflejado en tanta belleza, para ver mi rostro reflejado en la verdura gelatinosa del limón. Pero no encuentro nada. Escucho entonces una risa burlona y dirijo la vista hacia la mitad del río. Ahí es cuando te observo, caminando sobre la tensión superficial del agua con tu holgado vestido blanco. Riendo caminas con pasos larguísimos y lentos hacia mí, sin embargo no me miras. Observas hacia donde estoy yo, pero tu mirada parece traspasar mi imperfecto cuerpo. ¿Serás acaso una ninfa del agua? Yo, sin duda, soy un ninfolepto. Vas acercándote lentamente mientras mis ansias desbordan esas barrancas de café. El deseo me embriaga de felicidad.

Estiras la mano y yo estiro la mía, intentando de tocarte. Nuestros dedos pasan a milímetros el uno del otro. Sueltas una carcajada y, con el giro de tu brazo das la vuelta a todo tu cuerpo y te marchas con ese mismo caminar largo y lento. Entonces todo el deseo y la felicidad se transforma en desliusión. Intento observar mi rostro en la gelatina nuevamente, pero no lo encuentro; observo tu perfecto rostro en el lugar del mío.

Levanto la vista para volverte a observar. Te has ido. Vuelvo a buscar mi rostro en el agua pero sólo veo la gelatina y, debajo de ella, el fondo de café. Llega el desamor y, rápidamente, ese sentimiento es sustituido con un odio inquebrantable que sé, en ese momento, no me dejará libre hasta devorarte, hasta literalmente devorarte.

Arranco con mi boca todo lo que mis ojos miran, y lo ingiero. Intento devorar todo el río y todos los árboles; todo el chocolate, todo el café y el chicle y, claro está, la gelatina de limón: especialmente la gelatina de limón.

Estoy horas, días comiendo hasta que mi estómago me duele más que tu imagen reflejada en el agua. Entonces me recuesto, satisfecho, con paciencia a esperar la muerte.

martes, junio 05, 2007

¡Hagamos una revolución! (2)


La camioneta Escalade del año, negra, avanzaba rápidamente a través de la carretera Valles-Tampico. En el interior se encontraban dos individuos, un hombre de avanzada edad que piloteaba el vehículo y un joven que iba de copiloto. Un letrero del lado izquierdo marcaba el kilómetro cincuenta.


Verás, hijo, mucha gente tiene fe en México y anda diciendo por ahi que se puede crecer como país si nos ponemos las pilas y ayudamos todos. No es cierto. Hablas de gente como ese tal Chávez y el otro guey de Bolivia, pero no sabes que esos cabrones trabajan pa los gringos. Yo me acuerdo; allá en Chile, cuando salió un presidente bien nacionalista el hijo de la chingada, y que quería ayudar a la gente, y que el bien social y la madre del puerco; llegaron los pinches gringos y ¡mecos! Que me lo hacen volar en mil pedazos al cabrón. Y eso ha pasado en muchos otros lugares. Luego en Argentina, ¡que el peronismo y que la verga del mono! Pocos años después ya les estaban aventando de tiros; y cuando estaba la esposa, esa que no era la Evita, que se la chingan y que ponen a unos pinches gueyes peores que el papá del Terre, igual de pedos y más pinches matones los hijos de la chingada, a gobernar al país.

¡Mira Ébano! Dicen los libros de historia que el cardenismo fue la gran revolución socialista mexicana; ¡puro pedo! Apenas y me acuerdo qué bonito estaba este pinche pueblucho. Habían llegado varios franchutes y empezaban a sacar petróleo. Aunque tú no me lo creas, éste fue el pueblo más rico de todo México. Y ahí estaban los güeros, ve-á, duro y dale haciendo pozos petroleros. ¡Y bien bonito que tenían el pueblo! Esas casas de estilo europeo y toda la cosa, rodeadas de arboledas. Las pocas calles bien pavimentadas. ¡Mira nomás! Esos pedazos ahí salidos bien de la verga son lo que quedó de aquello. Llegó el señorón de Lázaro Cárdenas luego, y que ahora sí esto es de todos nosotros y vamos a ser ricos y la chingaa. ¡Pura verga!

¡Qué lo mataron ni qué la chingada! Te estás confundiendo con Obregón, el último gran dictador mexicano. Ese guey si estuvo más parecido a Videla, el culero argentino.

--Doble a la izquierda por aquí, viejo, vamos al rancho que era de mi apá.

¡Mira nadamás, mira nadamás! Éste ha sido el lugar donde más petróleo han sacado en América Latina y ¿dónde crees que fue a parar? Con los pinches gringos, ¡a huevo! ¿Y sigues pensando que podemos hacerla como país? ¡Qué idealista ni que la chingada! No hay forma, mano. Te voy a dar un consejo: aviéntante sobre el pastel con los brazos abiertos y trata de tragar todo lo que puedas, ahi ya se lo vomitas a tus hijos como yo lo voy a hacer. Yo te puedo enseñar la entrada, mijo. Ahí te compras unos gallitos y les metes unos pericos pa que salgan endemoniados a aporrearse. Luego pones una engorda de ganado estabulado, como yo, y de ahí te sigues pal` real; y te empiezas a hinchar de billetes y nomás les das un poquito a la familia pa que esté contenta y no la haga de emoción.

¡Qué levantamiento armado ni qué la chingada! Eso ya no se puede. Tú ponme al más machín de los revolucionarios y le suelto un milloncito y vas a ver cómo se cae pa´bajo todo el pedo. Se va a poner hasta a chingarse a sus propios soldaduchos. Es la única manera, mijo, y tú ya conoces a alguien que te pueda conectar con los de allá arriba pa que empieces a hacer tu imperio.

--Parquéela aquí.


El viejo, resignado, fue el primero en bajarse de la camioneta, lentamente, sin ninguna prisa. El acompañante bajó por el otro lado, prendió un cigarro, le dio una fumada, lo tiró al suelo, lo pisó y dio la vuelta a la camioneta dirigiéndose hacia el viejo.


--Lo siento, viejo, pero no me convence.


Sacó una pistola de su pantalón, apuntó a la frente del viejo y jaló el gatillo.

domingo, junio 03, 2007

¡Hagamos una revolución!


Estoy hablando por teléfono con un amigo que no sabe qué hacer. Está en una disyuntiva; no sabe si dedicarse a la actuación o ser abogado. Dice que le gustaría dedicarse a la abogacía para "cambiar este pinche país"; quiere hacer una revolución. "¿Por qué no hacemos una revolución?"
Si me dieran una milla por cada cabrón que me ha dicho eso -- hagamos una revolución-- ya hubiera mandado a todo el país mucho a la chingada.
El ché se ha convertido en el último héroe latinoamericano, es también, por excelencia, el ícono del revolucionario a nivel mundial. Si te dicen la palabra revolucionario, seguramente imaginas la original de la foto que está aquí arriba. ¿Lo conoces de verdad? Era un hijo de puta. ¿Lo sabes? ¿Lo sabrán ellos? ¿Lo sabrá mi amigo?

El Héroe


Se miró en el espejo. Se miró directo a los ojos como no lo había hecho nunca. Había visto el cepillo de dientes frotar con violencia sus encías y el agua resbalando por su cara, goteando de entre sus cabellos, pero nunca se miraba. Se miró en el espejo. Sus ojos; los cubrían lágrimas de fuego, y la pasión exacerbaba en su mirada. Marcábanse sus venas tan nítidamente, a tal punto que parecían a momentos de explotar, derramando la sangre por su ya rojiza cara. Su cara; era como un montón de manzanas demasiado maduras, invadidas por unos gusanos blancos que salían de entre ellas como las venas de su frente. Sus músculos, con una tensión mortal, formaban bolas bajo sus mejillas estirando cruelmente la piel. Sintió miedo de sí, luego sintió terror. No pudo seguir contemplándose en el espejo y tapó su cara con las palmas de su mano. Se frotó los músculos masajeando, buscando suavizar su expresión.
--Soy una bestia-- dijo en voz alta.
Había creído disfrutar el miedo que provocaba en la gente. Creía que con su actitud se defendía de la crueldad del hombre. La gente, creía, juzgaba sin siquiera conocer y luego atacaba. Tenía la seguridad de que sólo se defendía.
--La verdad nos hará libres-- pensó. No había, según su interpretación, nada más erróneo que eso; la verdad es una convención de cada una de las sociedades que son como un gran juzgado injusto. Y es que se imaginaba como uno de esos superhéroes de los comics luchando por la justicia, en un mundo lleno de villanos.
Después de observarse detenidamente en el espejo, dudó de todo esto que creía. Con calma se secó la cara con una toalla y salió del baño. Miró con atención su cuarto, su cama destendida, comida en el suelo, su ropa tirada por toda la alfombra. Se dio asco. Un estado de ánimo de profunda lástima hacia sí le inundó los párpados. Cerró los puños intentando resistirse y, decididamente, caminó hacia el rincón donde estaba tirada una guitarra de madera. Luego fue por un cuaderno pautado que estaba sobre un escritorio a un lado de la cama. Sacó un lápiz de uno de los cajones y se sentó en la piecera. Golpeó el suelo repetidamente con su pié derecho a un ritmo perfecto, a un ritmo alegro.

La primera cuerda es razgada. Un mi suena por tres tiempos, el tono se repite por un tiempo y cambia a un la, luego otra vez un mi y luego un sol, todos en un tiempo. Se detiene. Toma el cuaderno con su mano izquierda y, con la derecha, escribe: "I´m a beast, I´m all pissed. I could get you on your knees." Para nuevamente y reflexiona por un instante. Siente una soledad que no había tenido nunca. Lee lo escrito y se imagina dentro de la melodía. Ríe con dolor. --¿Quién juzga a quién?-- se dice. Y descubre que lo que buscaba, mejorar al mundo, lo persigue a través de una estrategia diametralmente opuesta a la que debería. Así que vuelve a pasar el lápiz por el cuaderno escribiendo como continuación: "I dont want to be like this".
Arranca de tajo la hoja del cuaderno, la tira al basurero y, al disponerse a tender su cama después de varios años, ignora que en el último punto de la hoja hecha bolas en el basurero se encuentra el último instante de su adolescencia.