sábado, diciembre 09, 2006

Idilio de un esquizofrénico ante un cadáver


Edouard Manet, Olympia.

Le pregunté en primer lugar por qué los

embalsamadores blasfemaban incesantemente

y se peleaban por los cadáveres de las mujeres

no pensando más que en su pasión carnal (...)

Ramose me dijo: (…) no causan mal ni

perjuicio alguno al cadáver, puesto que el

cadáver está frío y no siente nada, pero

cada vez se hacen daño a sí mismos

porque vuelven a caer en el fango.

Mika Waltari

La tarde continuó lluviosa. Las gotas diagonales golpeaban suavemente la ventana, besándola arrítmicamente. Mientras los árboles del camellón de la Rue Deschamps reclamaban los golpes con un interminable murmullo, él pasaba su pluma cautelosamente por el papel, intentando no perder la consecución de ideas que formarían una historia lógica para su personaje.

Llevaba días de desvelo en busca de una personalidad y de un contexto ante el cual enfrentarla. Sus esfuerzos parecían en vano mientras hojas arrugadas llenaban todos los basureros de su pequeña casa victoriana.

A pesar de los tantos principios, las luchas que ferozmente emprendía contra las primeras hojas eran inútiles; siempre era derrotado.

Necesitaba salir, sentirse real, dejar de ser un personaje de su propia ficción; necesitaba un nombre, un apellido, un “Comment ça va, messieur Julio?” Sin embargo los designios del hado parecían confabular en su contra. ¿A quién culpar? ¿A Démeter, a Tláloc? Es, seguramente, su mala suerte –o al menos es lo que el escritor cree— ¿No será a caso sólo cuestión de los azares del clima?

Su sexo: húmedo y blando. Mis dientes fantasean con morder sus labios, tomar sus ingles por debajo con mis pulgares, apretarlos por arriba con mis índices; hacer un pequeño movimiento circular con mi lengua alrededor de la perla íntima de su deseo: de su clítoris. Y el timbre de su voz obstaculizada por su pecho que se subyuga al placer del mágico e irresistible cosquilleo.

-María—me atrevería a preguntarle-- ¿Cuál es tu nombre?

- María es mi nombre.

- ¿Desde hace cuánto te conozco?—contestaría alejando mi boca de su sexo.

-Tú no me conoces.

Ella no cambia y nunca lo hará; ni siquiera en mi imaginación. Sé que haría una pausa para preparar mi estrategia.

-¿Hace cuánto, pues, te visito?—insistiría.

-Hace ya algunos años.

-¿Y hace cuánto que te dije lo que siento por ti?— nuevamente intentaría de obtener mi propósito.

- Ese no es mi problema—apática contestaría, sin cerrar las piernas.

-¡Pero claro que es tu problema!—furioso la trataría de convencer.

-Yo—comenzaría a responder con un lenguaje sutilmente irritante—lo considero gajes del oficio.

- Pero… ¡Carajo! Sólo quiero saber tu verdadero nombre—exclamaría imperativamente—Si no me lo dices—le advertiría—hoy no te pago.

-Entonces tienes un problema.

El caso es que, ni en mis fantasías eróticas con María –mi querida prostituta— logro poder eyacular. El conflicto que me contagian mis personajes – o, mejor dicho, mis intentos de personajes—a llegado a tal punto que invaden mi vida real; ya no es la ficción esa libertad que me permitía, por momentos, llegar a sentirme feliz. Es ahora un frasco de clonazepam el que me permite mantener la felicidad al alcance de mi bolsillo.

1 comentario:

Unknown dijo...

me da gusto ver que ya estás escribiendo en tu blog, lo habías tenido muy abandonado. Espero que esa musa inspiradora o rata nauseabunda, siga en tu una buena temporada. Experimenta. Se libre.