viernes, marzo 31, 2006

Se le ha convertido casi en una rutina cambiarle cada semestre la cara a su mismo discurso, o más bien en cambiar el objeto de su eterno idilio onírico, de su eterno engaño. Ya no sabe qué imagen le corresponde, qué sexo, qué raza... ¿qué especie?; Ya no sabe a qué imagen ella corresponde, a qué sexo... ¿qué especie?. ¿Es esa la desesperanza de no gustarse a sí mismo, de desagradarse por completo?. La aceptación ajena es absurda cuando un individuo no se acepta a sí mismo. Yo me reinvento mil veces, y a veces soy aceptado; la mayoría de las veces no, pero esas mil maneras en las que me he inventado me han gustado y por eso no vivo buscando quién ser, sólo soy; soy quien soy, quien quiero ser, mi siguiente invento; soy lo que a mí me gusta y no los gustos ajenos.
Esa tarde, la cara de su último discurso (el de la despedida efectuada hace un mes) le llamó a su celular y le relató una conversación que tuvo con el ex "no se qué" de ella (la anterior rutina). Su "galán" se notaba preocupado por las palabras del que considera un pequeño enemigo. Al escuchar la conversación que tuvieron ella se contagió de la preocupación.
--¿Crees que se refería precisamente a eso?-- dijo él.
--No sé, pero me intriga.
--¿Porqué me lo habrá dicho de esa manera?
--A lo mejor no se quería meter y lo único que le molestó fue que lo hiciste sentir un imbécil.
--¿Crees que haga algo?
--No, pero nosotros sí.
--¿Qué?
--Averiguar...
Ella abrió una nueva cuenta de correo electrónico, a la cuál le puso un pseudónimo. Le escribió un e mail que fue contestado ese mismo día pero que, sin embargo, ella leyó al día siguiente. Al leerlo, sintió que un escalofrío le recorría todo su cuerpo y hacía temblar sus brazos. ¿Será verdad?

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