jueves, abril 06, 2006

La noche anterior se había alargado mientras Towy, Caballo, Skreetch y yo conversábamos durante la cena en los taquitos de Gama; esperando a que llegara el Keenworth Kenmex que había ido a dejar pieles a León.
La mañana había pasado imperceptible al pesado sueño que precedía a la desvelada y, cuando pude afocar la hora en el despertador digital que estaba en el bureau junto a la cabecera izquierda de la cama, sentí que otra vez el tiempo me perseguía; eran las doce y media de la tarde. Liberé mis piernas de las cobijas y giré hacia el lado derecho, sentándome en el borde de la cama. Levanté la mirada sobre las ventanas que dan al pasillo observando todos esos pósters de revistas para hombre que tapizaban casi todo el cuarto de mi hermano, intensificando mi erección matutina -- Eres como los gringos-- le dije cuando entramos el día anterior a su cuarto --¡puñetero!. Me incliné hacia adelante y miré hacia la izquierda a través del pasillo; mi madre veía una telenovela y no se daría cuenta de que estaba despierto hasta que yo entrara al baño, que está en medio de los dos cuartos.
La revista que había desaparecido mientras Yiyo se bañaba la noche anterior estaba otra vez sobre la mesita junto al bureau de la cama: "H, especial de sexo", decía en la portada. Tenía entre sus páginas tres sesiones fotográficas de desnudos; una de ellas entre dos lesbianas. Me puse de pie y tomé primero unos calzones de mi maleta, mi madre no se percató que me había levantado; luego, tomé la revista y rápidamente entré al baño, puse la cubeta que utilizamos en el rancho para no gastar agua (para regar las plantas), abrí la llave de la regadera y me senté sobre la tapa del escusado. Contemplé la página cuarenta y cinco de la revista, en la que dos mujeres se besaban dentro de una tina, y aproveché el poco tiempo que tenía antes de que mi madre me gritara quejándose que me acabaría el agua.
El vapor comenzó a empañar el espejo que estaba frente a mí, justo sobre el lavamanos, anunciándome que podía ya cambiar de estrategia. Abrí y volví a cerrar la cortina de la regadera al entrar. Tardé unos minutos en regular la temperatura del chorro de agua que brotaba del grifo desnudo que salía sobre la pared, a dos metros. Cuando la temperatura se adecuó a mi gusto, atravesé mi miembro en la trayectoria curva que dibujaba el líquido que provenía del aljibe. Sentí inmediatamente una sensación de ardor placentero, un certero golpe en mi abdomen bajo que recorría todo mi cuerpo, tensando mis músculos, abriendo mi boca para luego hundir mi labio inferior entre mis dientes y apretarlo con fuerza.
Aquella imagen encerrada en el cliché de las burbujas de una tina comenzó a cobrar vida en mi imaginación, yo entré a ella como atravesando una ventana y participé de la serie de imágenes que le sucedieron, a veinticuatro por segundo. Al cabo de quince minutos los rasgos corporales de mis dos amantes comenzaron a aburrirme; decidí que había intimado lo suficiente con ellas y me propuse cambiar el objeto de mi deseo. Fue cuestión de segundos que, cruzando una idea por mi cabeza, me decidí a inventar un juego; --A-- pensé --¿Andrea?,¿Alejandra?... sí; Alexandria Karlsen-- decidí al fin. Pude sentir sus rizos pelirrojos deslizarse entre mis dedos de la mano izquierda mientras mi mano derecha recorría lenta y suavemente su cuello, desde su zona occipital hasta posar mi palma justo sobre su cóxis. Mi brazo diestro rodeó su cintura baja, apretando sus nalgas contra mi pelvis a un ritmo allegro ma non troppo. Jalé con mi mano izquierda su hombro e incliné mi cabeza hacia el lado derecho para besar su cuello, justo en el lugar que provoca un frío escalofrío en sus piernas que llena de hormigueos su cuerpo, envolviéndolas en una cobija de feromonas que las lleva al éxtasis. Los músculos de todo el cuerpo de Alexandria se contrajeron y comenzó a temblar, gimiendo con gran volumen; --B-- pensé --Britney Spears no, ya está muy usada; ¿Barbara Mori?, ¿Briana Banks?-- no podía decidirme.
Así pasó un desfile de letras, como las vocales de Cri-cri, pero con todo el abecedario (saltándome algunas letras difíciles de encontrárles nombre, como la Ñ).
--¡Se va a acabar el agua!-- interrumpió mi madre en la X.
--¡Ya voy, me estoy quitando el shampoo!-- le respondí; --falta poco; dos letras-- pensé.
Al salir del baño (en calzones amarillos) mi madre me dio el cable que se había perdido de la máquina de escribir eléctrica que estaba en el otro cuarto. Mi hermano seguía dormido junto a ella, por tanto, me decidí a matar el tiempo escribiendo la historia que mi imaginación había desprevenidamente comenzado a hilar hacía dos días, mientras recorríamos la carretera que va de Huejutla al Higo. La "historia" era un cuento corto sobre un chofer de carreta de principios del S XX que diariamente llevaba personas de Ciudad Valles a Tampico. A pesar de los cinco años que llevaba recorriendo ese trayecto, el mismo miedo de siempre lo acompañaba en las noches al escuchar el sonido del aire golpeando las ramas de los árboles; para él eran las conversaciones que los espíritus del bosque sostenían (a soto voce) y que eran transportadas por el viento. Había una especie de vida más allá de las sombras de los árboles que se veían a las orillas del camino, más allá de la vida; unas ánimas que amenazaban a su propia vida.
Vi a Flavia por la ventana caminar a través del pasillo mientras mis dedos destrozaban una de las llantas del carruaje y dejaban al chofer solo en medio de la noche, mientras sus caballos galopaban y se perdían entre la neblina y la oscuridad que cobijaba el follaje de los árboles. Un fuerte olor a jugosa carne hizo que mi cuerpo siguiera a mi nariz y me encontrara en el otro bungalow con mi hermano despierto junto a mi madre, esperando la comida.
--¡Qué padre es la vida aquí-- pensé.

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